miércoles, 27 de junio de 2012

Capítulo III: Preparando la fiesta.


-¿Qué crees que hay que hacer acá?- le preguntó Isis a Ceres.- Creo que el espacio no va a alcanzar si van a venir todos.
-¿Cuántos son?
- Cómo mil quinientos, por lo menos.
- Hmm, tendrían que haber seleccionado más.
- Y que queres, si la otra mandó las invitaciones así nomás.
-¿Ustedes quieren que haya un patio más grande para que entren todos?
- Sí, pero no se puede. Imaginate chico el lío si hacemos correr parte de la ciudad.
- No sé cual de las dos tiene menos imaginación- suspiró Ceres.- ¿Para qué son diosas si no saben que lo pueden hacer?- Acto seguido, estiró las dos manos contra el fondo y los costados del patio y las paredes que los marcaban se retiraron. Ceres siguió repitiendo lo mismo todas las veces que lo creyó necesario. Por cada tramo que retrocedían los muros se veían flores y árboles que no estaban antes, y hasta fuentes y arroyos que corrían como si nada. Los ruidos de la ciudad se alejaban, y hasta el aire recuperó una pureza que había perdido con las primeras fábricas.- ¿Está tu problema solucionado o debo estirar este lugar diez kilómetros más?
-¡Está bien! Pero sos la diosa de la agricultura de tu país… Supuestamente no podes hacer tantas cosas porque no entran en tu campo.
-¿También vos crees todas las gansadas que dicen ahora los hombres sobre nosotros? No entrará en mi campo pero igual lo puedo hacer. ¿Qué más precisas? ¿Árboles frondosos, plantas de oro, o que vengan algunos pájaros para que canten lo que se les pida?
- No, mejor arbustos y cuevas para que se revuelquen las ninfas y los sátiros de ustedes- bromeó Isis, muerta de risa.
- Primero, tu colega Hator (sí, la con cabeza de vaca) no era ninguna santa en ese aspecto. Y segundo, ya no hay sátiros.
-¿Cómo que no hay? Hace poco vi, en Grecia.
-¿Hace cuanto?
- Hará un siglo, siglo y medio.
-¡Sos tonta! No había sátiros. Se terminaron hace setecientos y pico de años. ¿Vos que viste? ¿Eran como un hombre pero de la cintura para abajo parecía una cabra?
-¡Sí! Pero un poco grande la cabra.
- Quiero decir; ¿un hombre con patas de cabra?
- No, con cuatro patas y cuerpo de caballo.
-¡Eso es un centauro, estúpida! ¿Nunca viste uno? ¡Toma, decora a tu gusto este bosque que mejor voy a ayudarle a las otras!- dijo Ceres, irritada y se fue al tranco, mientras Isis se tomaba de la barbilla y pensaba “no, para mí eran sátiros”.
-¡Pero esta mina no es más estúpida…!- llegaba la diosa quejándose, mientras Hestia, diosa del hogar como era, le ordenaba a toda la suciedad que se fuera.
-¿Qué pasa ahora con la egipcia?- preguntó Atenea con cara de feliz cumpleaños.- Yo seré bruta pero ella no se queda atrás.
- No sabe diferenciar un sátiro de un centauro. ¡Es como si yo me confundiera su Esfinge de Gizeh con la Estatua de la Libertad!
- Viene, viene, viene, no viene, viene, no viene, no viene, no viene, no sabe, viene- recitaba Afrodita mirando las respuestas a las invitaciones.- Che, hermana Palas, tendrían que haber revisado a quien invitaban, aunque sea. ¿Cómo van a tener contentos a dioses que les guste o no el agua, el fuego, el frío, el calor, el hielo…? Se va a armar un lío.
- Ponemos en funcionamiento el plan B- le dijo Ceres.
-¿Plan B?
- B- repuso Ceres.- Bacanal. Tiras alguno de tus licores de emputecimiento y listo.
- No van a estar cachondos todo el tiempo- observó Hestia.- En parte me alegro porque sino estropearían todo con los pataleos.
- No. Vamos a tener que hacer algo, sino…
-¡Hola, gente linda y fea, personas del mundo!- se escuchó. Los presentes quisieron esconderse, pero tarde, porque a través de las paredes cruzó un carro tirado por caballos blancos, acompañado de grandes perros. Quien lo manejaba tenía una capa de piel de aguara-guazú y tenía un sombrero hecho con la cabeza de un ciervo colorado al que le había puesto la cornamenta de un alce. Las riendas de los caballos eran tiras de piel de zorro azul y eran llevadas por Artemis, que lucía algo rojo en la cara.
- Antes de que digan algo, es un manchón de pintura que me tiraron los desocupados de Greenpeace. Esa gente no tiene nada que hacer. Yo les digo que puedo revivir a todas las especies que quieran pero no me creen, y nunca me dan tiempo para hacerlo. ¡Ah, pero yo cuando me enojo…! Les acabo de soltar un brontosaurio en los bosques de Palermo. Les hubiera soltado un tiranosaurio o una manada de velocirraptores pero después, chico el juicio que nos caería…
-¡Para un poco, charleta!- le gritó Hestia.- ¿Un brontosaurio?- recién reaccionó.
- Sí, un brontosaurio. No les va a hacer nada, a lo sumo, los científicos van a saber de que color eran los brontosauros.
-¡Pero ahí sí que te fuiste al carajo!- la reprendió Atenea.- ¿Por qué mejor no reviviste al Kraken y lo largaste en los lagos así armaba más desparramo?
- Casi se me ocurre. ¿Dónde está tu bien amada Isis?
- Allá en el patio.
-¡Sacame de arriba a estos perros!- gritó Afrodita, porque se le metían debajo de la túnica. “¡Vamos, vamos!”, les dijo Artemis, y desaparecieron.
-¿Es en serio lo del brontosaurio?- preguntó una voz suave. Las diosas se dieron vuelta y se hallaron con Zeus y Hera, recién llegados.
- Ay, ay- se lamentó Atenea interiormente.- Ya vienen todos a joder la vida. Una trata de hacer algo sola y ya se tienen que meter todos- y quiso hablar con Artemis pero todos se pusieron a charlar con ella. Felicitó a Ceres por haber hecho un bosque tan grande y se escondió para llorar.

Los dioses nórdicos hicieron las valijas y se trasladaron en dragón a la Republica Argentina. Odín les dijo a los otros que hicieran lo que quisieran, pero que él iba a ir disfrazado a la “reunión de tontos”, según sus propias palabras. Thor iba en plan vigilante, para ver si ofendían a alguien de su familia. En cuanto a Loki, iba animado por secretos planes que nadie sospechaba. Las otras divinidades supuestamente iban a apoyar el plan de Odín, pero en realidad esperaban ansiosas algo así para ver a gente que nunca podían ver de otro modo. Es más; Freya, la diosa de la belleza, les ganó de mano y llegó antes que ellos al salón donde dioses y diosas charlaban y Atenea lloraba.

Hasta-Nera y Si’güí se trasladaron hasta un avión argentino y se posesionaron de dos pasajeros al enterarse de que volvían a la Argentina. Mientras el avión se alejaba, miraron hasta donde estaba el templo sumergido (junto a toda una isla) y vieron que los dioses restantes los saludaban deseándoles suerte.

Llegó Freya, pronta para saludar al primero que viera, pero antes de ver a nadie escuchó un llanto débil pero constante. Se trasladó al pario, donde contempló admirada el gran bosque (aunque le faltaba nieve, pensó) y buscó al que lloraba. Se encontró algo que la sorprendió completamente. ¡Palas Atenea, la que tenía fama de ser la más insensible y cruel, estaba llorando!
-¿Qué te pasa, Atenas?- le preguntó, poniéndole las manos en los hombros.
-¿Eh? ¿Quién…? ¡Freya! No te esperaba hasta el sábado- contestó Atenea, secándose las lagrimas.
-¿Qué te pasa?
- Nada, nada. Se suponía que Isis y yo armaríamos la fiesta solas, y empiezan a caer todos, todos, y están metiendo las narices donde no deben, estas. Aunque si fuera eso, nomás… Me acordaba de alguien que ya no… Bueno, no importa.
- Si te molesto me voy- dijo Freya.
-¡No, para nada! Sos la persona que pensaba ver- anunció Atenea.- Esa Isis es una pesada, y los otros me van a dar la razón. ¿Viste el salón? ¿Cómo te parece que va quedando?
- Bien, aunque lo vi poco. ¡Qué raro es este bosque! Plantas, plantas, y de golpe un oasis con camellos.
- Ah, esa ha sido Isis.
- Lo que sí, no te quiero influenciar, pero… Podrías congelar algunos de los ríos que tenes por ahí. Digo, para que los míos se sientan más en casa, porque me parece que vienen con ánimo guerrillero.
El rostro de Atenea se iluminó.
-¡Eso! ¡Así es! ¡Me acabas de dar una buena idea, Frigideya!- bromeó, y le estampó un sonoro beso en la boca.- ¡Perdón, me entusiasmé! ¿Y si hacemos algo como una feria de las naciones?
-¿Parecido a una feria de las naciones?- le preguntó Freya, todavía limpiándose la boca en un arroyo y escupiendo.
-¡Sí, con sectores exclusivos para cada clase de dioses y lugares mixtos!
-¿Lugares mixtos?
-¡Sí, sí!- afirmó Atenea, muy entusiasmada.- Por ejemplo… ¿esto que es?- preguntó, y creó una superficie semiblanca.
- Arena- contestó Freya, examinándola.
- Tocala- indicó Atenea. Freya lo hizo y retiró la mano, extrañada.- ¿Qué? ¿Es nieve?
- No… pero si no es le pega en el palo- dijo Freya, tocando la nueva sustancia.- ¿Qué es? Parece arena pero tampoco es.
- Una creación mía para la ocasión; la nierena, eslabón perdido entre la arena y la nieve- anunció la diosa griega.- Se me ocurrió recién; pensé que podía servir tanto para ustedes, que les gusta la nieve, como para Isis, que está acostumbrada a la arena.
- Después andan diciendo que los griegos no piensan- elogió Freya.- Pero si va a venir un montón de dioses vamos a tener que trabajar a lo loco para dejar contentos a todos. ¿Viste? Vinieron tus padres.
- Ya los vi, pero con ellos no me hablo. Y la tal Hera, no “Hera” mi madre.
-¿Es verdad que…?
- Ay- se lamentó Palas Atenea.- ¿Cuántas veces tendré que explicarlo? No nací de la cabeza de mi padre, porque se la comió a mi madre, eso es un malentendido del principio a fin. Se basa en que Zeus una vez se enamoró de un hombre y todos anduvieron diciendo que se la comía hasta que él los amenazó con los rayos, y resulta que eso pasó cuando estaba de novio con la diosa Metis, mi madre, que apenas me tuvo nos abandonó. Una vez Hermes y Apolo se emborracharon (no sé que habrán andado haciendo) y le contaron a los hombres la historia toda despatarrada, agregándole que mi padre decía que yo era un dolor de cabeza. Y de ahí se armó toda la confusión, ¿te quedó claro? Contáselo a todos los que puedas porque yo estoy patilluda de contar siempre lo mismo.

Empezaron con la idea de Atenea al minuto siguiente, y hasta los mismos padres de los dioses se pusieron a colaborar. Isis, Freya, Ceres y Artemis se ocuparon del bosque, por el momento, Hestia, Afrodita y Atenea de la decoración, y Zeus con su esposa se la iluminación, aunque a cada rato se ponían a discutir.
Eligieron el lugar donde antes estaba el patio para crear un gran lugar mixto, y que de ahí salieran los caminos para ir a los lugares de tal o cual cosmogonía. La parte principal tenía un pedazo de tierra cubierto de nierena con árboles nevados, un lago con témpanos de donde, sin embargo, salían sirenas a tomar aire como si estuvieran en el lago más cálido del mundo (Freya preguntó porque no aparecía la serpiente Jormungard ya que la había convocado, y le dijeron que tal vez era muy grande para ese lago). Ceres había calculado que tal vez necesitaban más espacio y había retirado algún kilómetro más los paredones del costado. Nada en perjuicio de la ciudad, claro, porque para cualquiera que miraba seguía siendo el mismo aburrido terreno solo que con unas plantas más.
-¡Este bosque está muy lindo, muy lindo, pero está aburrido!- irrumpió Artemis, sacó un cuerno, y lo hizo sonar muy fuerte. De todo el paisaje (de los árboles, de las aguas, de los huecos de los troncos, de las rocas) empezaron a surgir luces, voces, y otras cosas. Se oyeron risas cristalinas y cantos inentendibles. La tardecita se apresuró para volverse noche y se llenó de estrellas. Las constelaciones de Perseo y Andrómeda estaban juntas para la ocasión, con la Estrella del Norte en medio. Las voces y los cantos rodearon a las diosas.
-¡Hadas!- exclamó Freya.- Nunca había visto tantas juntas.
- Son recién nacidas- explicó Artemis, y empezó a señalar y nombrar.- Faeries, filgias, silfos, xanas, dríades, alseides, salamandras, limniades, dedos de luz…
-¿Dríades?- preguntó Isis.- ¿Dónde?
- Acá- dijo una voz cercana. Un árbol se abrió y se replegó sobre sí mismo, conformando una bella muchacha con un vestido de manchones verdes simulando (tal vez eran) hojas nuevas, y un pelo que parecía duro pero que eran ramitas débiles entrelazadas con fuerza.- Soy hada de los…
- Sí, ya sé- dijo Afrodita-, pero hacía tanto que no veía una.
- Daríade, anda a despertar a las otras- le indicó Artemis, y la dríade hizo una reverencia y se perdió entre los árboles. A la orilla del lado salió del agua una muchacha muy graciosa haciendo piruetas, que cada tanto se metía los dedos en la nariz y la boca, haciendo que el agua le saliese por las orejas. Por donde pasaba dejaba un reguero de risas propias y ajenas.
- Una náyade- dijo Ceres.- Son hadas graciosas, por lo que veo.
- No, nada que ver, pero siempre tienen alguna oveja negra en su familia- dijo Artemis.- ¡Nádiade, anda a despertar a tus hermanas!- le indicó, y la náyade hizo una reverencia y empezó a dar saltos mortales por toda la orilla, cantando.
- Que casualidad, sus nombres- observó Isis.- Dríade, Daríade. Náyade, Nádiade.
- Es porque son las primeras que despertaron- le explicó Artemis.- Después habrá más variedad de nombres.
-¡Miren la sorpresa que les tengo preparada a mi familia!- exclamó Isis desde el lugar egipcio. Los otros la siguieron para ver que era esa sorpresa, y Freya la experimentó. Cuando pasó por un sector de arena real, una gran araña salió del suelo y quiso atraparla. Freya sacó la espada y la mató. Después de la araña salió un cocodrilo momificado que atacó a Artemis, pero ella le dio una feroz patada, y el animal retrocedió y se partió en dos.
-¡Eh, no me arruinen los cachivaches!- se quejó Isis, reparándolos en un santiamén.- Esta es la sorpresa- y señaló unas grandes palmeras. Los dioses se asomaron intranquilos sin saber que otros “cachivaches” de Isis podían estar esperando. Pasaron las palmeras y vieron asombrados un gran monumento formado por un círculo de cinco pirámides presidida por una copia gigantesca de la Esfinge de Gizeh. Había grandes monumentos a la entrada de cada pirámide iluminados cada uno por una luna particular. Alrededor de la Esfinge había como súbditos de una corte egipcia ejecutando una música alegre pero monótona. Parecía una mezcla majestuosa entre fiesta real y mercado egipcio.
-¿Y esto?- preguntó Ceres.- ¿Cuántos árboles has talado para hacer esto?- añadió, mosqueada.
- Ninguno. Solo aprendí tu forma de ensanchar el espacio- le explicó Isis.
-¿Qué pasa ahí?- preguntó Zeus, a punto de tirar un rayo.
- Viejo, calmate que son las chicas y las otras arreglando el bosque. ¡Que lindas luces han puesto!- dijo Hera, poniéndole guirnaldas de laurel.- ¿Artemis me dirá algo si le convierto los caballos en porteros para que anuncien quien llega?
-¡No, mamá!- le dijo Afrodita.- Sabes que no aguanta que le toquen las cosas.
- Ah, pero por un rato- dijo Hera, dirigiéndose al carro de la diosa de la caza, pero en cuanto quiso tocarlo, la sacaron corriendo varios perros hasta la puerta del patio ante la mirada risueña de su esposo y las otras diosas.- ¡Ay! ¡Qué egoísta es esta mujer!
-¿Le avisé o no le avisé?- le preguntó Afrodita a Atenea.
- Me avisaste- reconoció Hera-, pero igual necesitamos algún portero.
-¡Yo, yo, yo!- dijeron unos gritos salvajes e inesperados. Doce o trece faunos llegaron corriendo, reconocieron el terreno en segundos, y acto seguido se dedicaron a correr a las diosas para manosearlas.
-¡Paren! ¡Paren!- gritaba Zeus, pero no le hacían caso. Finalmente, Atenea se cansó y mostró la Égida, un arma que daba miedo, y los faunos se arrojaron al suelo suplicando clemencia.
-¡Si no había más faunos!- exclamó Ceres, desconcertada.
- Eso hasta que yo los reviví- dijo Hades parado en el umbral, riéndose como un condenado.

A las nueve de la mañana del tercer día los dioses recibieron la visita de un inspector que había mandado el Gobierno de la Ciudad para ver si el salón cumplía con las normas básicas de seguridad, precaución innecesaria porque casi todos los invitados eran inmortales. Lo atendió Atenea, por ser la responsable.
- Buen día- lo saludó con la mejor sonrisa.- ¿Usted es el señor Leyrado?
- No creía que me recordara, si la atendí hace diez años en Tribunales.
- No me olvido fácil de nada- mintió la diosa.- Pase, por favor. ¿Le ofrezco algo para tomar, de comer?
- No, gracias. Veo que ha estado haciendo arreglos- observó el señor Leyrado.- No sé para que me mandan pero tengo que hacer un informe. Perdón… ¿y esos ronquidos tan fuertes?
- Ah, pase por acá muy despacio- indicó Atenea.- Mire. ¿No son encantadores?- le preguntó, señalando a los doce faunos que dormían amontonados en un rincón.- Lástima que sean un tanto sexopatas.
-¿Qué son?- preguntó Leyrado, asombrado.
- Faunos o sátiros, como quiera llamarlos- explicó Atenea.- Llegaron ayer y ya los educamos un poco. Uno anuncia quien llega, el otro lleva a los invitados a donde tienen que ir, y los otros son los mozos.
- Que interesante.
-¿Me da unos minutos para adecentarme?- le pidió Atenea.- Es que me tomó dormida.
- Sí, por supuesto- concedió Leyrado, pero la diosa ya no estaba. “Pero si acá fue mi fiesta de casamiento”, reflexionó, mirando para todos lados. “¿Será posible que me acuerde tan mal o habrán redecorado? Ah, habrán redecorado, si eso fue hace veinte años.
Atenea volvió tan rápido como se había ido, y le indicó que podía pasar. “Hemos estado ocupados, como ve, pero nos faltan hacer muchas cosas”, le explicó de pasada. Leyrado vio las cosas que habían puesto, algunas más chifladas que otras, por ejemplo, un espejo donde uno se veía gordo (el espejo no estaba doblado) un minibar donde el barman era una sombra que estaba dormida, y tres ventanas especiales; en una era de noche, en la otra había tormenta, y en la otra nevaba,  a pesar de que en la vida real no pasaba nada de eso.
-¿No hay ningún dinosaurio suelo en Palermo?
-¿Qué?- preguntó Leyrado.
-¿No apareció ningún bicho suelto ayer?
-¡Ah! ¿Nahuelito? Lo vieron el fin de semana pasado.
- Sí, de eso estaba hablando- remendó Atenea.- Pusimos alarmas antiincendio. No creo que nadie se vaya a quemar, pero es para apagar rápido lo que se prenda. Coincidirá conmigo en que no nos hacen falta salidas de emergencia, porque ya sabe como entran y salen los de nuestra clase, pero en el caso extremo de necesitarlas las creamos nosotros. ¿Listo? ¿Cumplimos todos los requisitos?
Leyrado se internó en el lugar mixto acompañado por la diosa. Caminó por el lago de los témpanos, y vio a las sirenas durmiendo en las orillas. Se internó más allá del lugar mixto, y desde la pendiente pudo ver casi todo. Allá muy lejos, en el horizonte, se veían con esfuerzo los paredones de las fábricas vecinas.
-¿No parece “Crónicas de Narnia”? Faltan la bruja y el ropero. Hay algún león, pero…
-¿Hay leones?- preguntó Leyrado, severo.
-¡No, era un chiste!- se rió Atenea, dándose cuenta de que casi había cometido un error.- Solo están los faunos, que usted ha visto, las sirenas, y unos centauros que van a venir para que nadie se meta. No hay lugares peligrosos en este bosque, pero se dará cuenta de que si se mete alguien, se va a perder muy fácil.

Patricia fue con Oscar a su casa, donde le dio ropa comprada previamente. Encontró sobre la mesa una invitación como la que le había dado a Hades y Perséfone, pero era para ella. Que bien, eso mejoraba su imagen de los dioses, porque por lo visto no la rechazaban por haberse vuelto cristiana.

Finalmente el señor Leyrado se fue prometiendo ser favorable en su informe, pero realmente Atenea le cambió la memoria para que no dijera nada sobre los centauros, con la fama que sabían tener, para que no hubiera cuestiones sobre la reunión. ¡No sería pequeño problema si llegaban los dioses más importantes de la Tierra y se enteraban de que la reunión había sido suspendida porque a los hombres les daba miedo un grupo de criaturas para ellos extrañas!
-¿Ya se fue?- preguntó Hestia, abandonando su disfraz de estatua.
-Sí. ¡Podrías haber ido a atender vos, ya que sos la diosa del hogar!
- La diosa de los hogares que tienen fuego, pero este no tiene- se justificó Hestia.- Aparte, no me gusta mucho hablar con gente que no cree en una.
- Hay muchos que me tratan peor y no hago tanto escándalo, Bestia- dijo Atenea juntando Hestia con Vesta, como también se llamaba la otra.
- No me habías dicho que había leones.
- Es por eso que llame a los centauros, no vaya a ser que se salte algún ladrón y se lo coman. Desperta a los faunos que tienen que practicar, no vaya a ser que nos hagan pasar vergüenza.
-¡Buen día!- dijo Freya, saliendo de una cueva que se había hecho en un témpano.- No salí antes para no darle un julepe.
- Buen día- la saludó Isis saliendo del bosque.- Ah, perdón, pero…- Apareció al lado de la cueva helada de Freya y metió la cabeza.- No entiendo a algunas diosas. ¿Para qué dormís en un témpano si tenes ahí adentro una cama muy grande con no sé cuántas frazadas, una almohada de piel de zorro y cubrecamas de oso? Pensaba que te gustaba el frío, como estabas ahí.
- Odio el frío, pero así me siento como en casa, no sé si entendés.
- No.
Los preparativos siguieron con el mismo entusiasmo del día anterior, pero ahora todos se ocuparon de la casa, aplicando los mismos principios. Empezaron a partir de las piecitas más chicas y las dotaron de enormes ventanales por donde se veían los viejos tiempos donde, de día, cada divinidad movía cada nube o viento (antes de que Alguien los expulsase y liberara a los elementos) y de noche, todo un bosque de constelaciones cobraba vida y relataba un sinfín de historias olvidadas que no estaban en ningún mito.
A todos les gustó la idea de Atenea de hacer todo como una gran feria de las naciones. A varios escalones los modificaron de forma que parecían los pisos de las pirámides mayas, eso si venían los dioses de esos lados, porque no habían contestado las invitaciones. Siempre habían sido algo orgullosos e impredecibles por lo que uno no podía atenerse a nada con ellos. Algunas mesas ratonas fueron hechas con antiguos sarcófagos egipcios (“los museos no van a notar nada”, alegó Isis), usaron las copas consagradas a los dioses presentes para servir las bebidas (mediante una abrochadura especial convirtieron dos copas largas en una coctelera) y para que los dioses más alegres se entretuvieran, pusieron un ser mecánico cruza entre caballo de Troya y barco vikingo para que se subiesen para ver cuanto duraban arriba. Los faunos se ofrecieron para ser los responsables del guardarropa, pero ningún dios cayó en la trampa porque solo querían desvestir a las que llegaran. Pusieron máscaras africanas en las paredes para entretener a las divinidades del mismo lugar, aunque algunos opinaron que no había que adornar nada por ellos porque iban a hacerse los bonitos con “todavía tenemos fieles, no como otros”. Zeus quiso colgar retratos de su padre Cronos y su madre Rea (¿era tan rea?, bromeó Freya, y el dios casi le sacudió con un rayo) pero los otros se negaron. La madre, vaya y pase, pero Cronos se había comido a todos sus hijos apenas nacían, y Zeus había sobrevivido porque Rea lo sustituyó por un mono, que Cronos se había comido sin mayor examen.
- Claro, no había nada de diferencia- observó Isis, y Palas le dio una mirada de advertencia. Zeus, en cambio, no dijo nada, y esto motivó el comentario “para mí que está caliente con Isis”, dicho a Hestia por Afrodita.
Al turista le hicieron la invitación y tuvo sus reparos, pero aceptó ir en compañía de los dioses egipcios. Escribió a su familia (esposa, hijos, y nietos) y les informó del nuevo destino que tenía. Se hizo muy pronto amigo de toda la cosmogonía egipcia, incluso de Seth, porque Anubis contaba una y otra vez la historia de la balanza.

Los dioses africanos, hindúes y chinos se rieron bastante cuando se contaron entre sí la historia de las invitaciones. Quedaron en mandar primero a los dioses más desconocidos para ver los preparativos de cerca y sus posibles fallas, para sacarlas a relucir en el momento oportuno.

Hasta-Nera y Si’güí llegaron al aeropuerto de Ezeiza y se bajaron del avión, abandonando a sus anfitriones. Se convirtieron en dos señoras recién llegadas de Mexico que le preguntaron al primer taxista que las levantó donde quedaba el salón Princesa Carmesí. El hombre solo sacó un revólver y les exigió todas sus cosas bajo amenaza de muerte. Acto seguido se volvió pequeño como una hormiga, y la pata escamosa de Hasta-Nera lo pisoteó. Las mexicanas resolvieron ir a un lugar para pedir la guía telefónica o preguntarle a los presentes. Casualidad o no, entraron ladrones y apuntaron a todos exigiendo lo mismo. Si’güí los miró fijamente y les hizo dar tal ataque de risa que cayeron sofocados. Cuando vino la policía (una hora más tarde) las señoras le preguntaron donde quedaba cierto lugar al que querían asistir.

Los que pasaban por algunas calles de la ciudad asistieron por la tarde a un raro espectáculo por la tarde. Decenas de centauros pasaban por las veredas observando todo con curiosidad. Algunos tenían armadura y casco, otros atuendos parecidos a camisas de cuero marrón, y el resto no más vestidura que la piel. Las personas más graciosas les decían “¡guau! ¡qué potro!” y se las tenían que aguantar por el asunto del honor y todo eso, aunque no existía para ellos insulto peor que ser llamados caballos o palabras parecidas. Moviéndose con majestuosidad mal disimulada buscaron el salón Princesa Carmesí preguntando cortésmente a la gente, y al fin lo encontraron. Lo miraron despectivamente, pensando para que los habían llamado a cuidar ese lugar si era una porquería de chico, y tocaron la puerta. Los atendió Isis, que usó una frase inoportuna:
-¡Ceres! ¿Estos no son faunos, también?
Los centauros se sintieron ofendidos y sacaron las armas listos para matarla (de haber podido) pero Atenea intervino. Mandó a Isis a la primera tarea que se le ocurrió y procedió a calmar a los centauros. Luego de cinco minutos de acalorada discusión acordaron no hacerle daño por ser diosa pero que no los molestara mucho, y entraron a la casa. Los verdaderos faunos los vieron y corrieron a esconderse porque les temían, pero los centauros solo sintieron cierta curiosidad ante ellos y ninguna intención malévola. Cuando llegaron al patio se quedaron sorprendidos y temieron quedarse cortos con el número, porque el patio grande que se habían imaginado se había vuelto “un bosque como los de antes”, según dijeron. Escucharon las indicaciones de Atenea sobre que lugar debían vigilar y que hacer con quienes intentasen entrar, y una vez entendidas esas cuestiones, se fueron galopando alegremente.
-¿Los centauros no están en vías de extinción’- preguntó Zeus.
- No, eso era hace quinientos cincuenta años- le explicó Atenea.- Se creía que la unión entre hombre y caballo tenía propiedades mágicas, por eso fueron cazados hasta que decidieron esconderse a la espera de tiempos mejores. Me extraña que no supieras eso. Después se escondieron en el bosque de Amazonas, donde le dieron el nombre al río porque uno los vio y los confundió con mujeres a caballo.
-¿Cómo se animaron a salir después de lo que los hombres les hicieron?
- Pensa, papá, pensa. Fue hace cincuenta años que se animaron a salir. No eran los mismos centauros que se escondieron, sino sus descendientes. Su mentalidad cambió, y la sociedad humana también. Cuando se animaron a salir fueron bien recibidos, y nadie pensó en hacerles nada.
- Lo que no entiendo es porque los hombres piensan que un ser “extraño” para ellos tiene propiedades mágicas…
-¡Un accidente!- anunció Hera, escuchando la radio mientras se ponía los ruleros. Todos los dioses fueron corriendo a escuchar que Daniel López, de Radio Continental, informaba que había chocado un taxi por suerte sin víctimas, porque unas sirenas que llevaba se habían puesto a cantar y el taxista se había descontrolado.- ¡Serán boludas! Les dije claro que no cantasen, porque cada vez que cantan es para cagadas.
-¡Falta que no nos dejen hacer la fiesta culpa de esas minas!- se quejó Isis.- Tener que desarmar todo este bosque y las pirámides, tan bien que me habían quedado…
- Espera; ¿no dicen donde se llevaron a las sirenas? ¡Al acuario! ¡Hay que ser pelotudos, si cuando andan fuera del agua pueden caminar! ¿Dónde queda el acuario?- dijo Artemis. Le dieron la dirección, entonces sacó un celular y mandó un mensaje de texto.

-¿Tenemos que rescatar a esas atorrantas?- preguntó Hermes, dios del correo y los ladrones, tumbado ante varias botellas de cerveza.
- Sí, vamos a hacer eso. Si me lo encarga mi hermanita querida, estamos arreglados.
-¿Vos y ella no…?
- No, para nada. Todavía se le da por eso de la virginidad. Bueno, vamos. Son tres nomás, y hay que llevarlas al salón que alquiló Atenea.
-¿Si? ¿Vas a ir a la fiesta?
- Creo que sí.
- Yo no sé. Nunca me he llevado bien con ninguno de los otros países. Son agrandados o se deprimen de más. O las dos cosas, como Odín. Por lo único que iría sería por las ninfas, pero dudo que queden algunas como las que me gustaban. Tienen el ánimo decadente, como nosotros, y seguro que preferirían suicidarse antes que seguir viviendo esta vida.
-¿Por qué no lo hacen?- preguntó Apolo.
- Porque están aprendiendo a vivir de migajas, como nosotros, como todos. ¿Dónde queda el acuario?
- Ya estamos ahí- dijo Apolo, y Hermes se vio en un lugar distinto de donde estaban recién.
-¿Y la cerveza?
- No importa la cerveza. Si queres, después seguí tomando, pero ahora tenemos que llevar esas sirenas- le indicó Apolo, y le sacó la resaca de una caricia en el hombro.
- Lindo. No se me pasó del todo. Seguí - dijo Hermes, mirando para otro lado.
- No tengo tapones para los oídos. A ver si se ponen a cantar…
- Somos dioses. No precisamos. ¿Te acordas? Escuchá. Es su canto de defensa- aclaró Apolo. Efectivamente se escuchaba algo claro preciso y luminoso que se hallaba a dos o tres paredes de ellos. Fueron silenciosamente y se encontraron con seis guardias de seguridad que se manoseaban frenéticamente entre sí mientras las tres sirenas, vestidas con túnicas ajustadas y escamosas. Al ver a los dioses interrumpieron el canto, pero los guardias siguieron con su tarea y empezaron a sacarse la ropa.
-¿Qué hicieron?- les preguntó Hermes, severo.
- Defensa personal- acotó rápidamente una de las sirenas.- Quisieron violarnos. Nos trataron de perras, y ahí fue cuando nos chiflamos y empezamos a cantar.
- Bueno, vamonos de acá que ya bastantes líos hacen los hombres con cada cosa que se supone que hacemos… ¿Pueden hacer que estos se olviden, no?- preguntó Apolo.
-¿Y ustedes no pueden?- desafió una sirena.
- La única que puede hacer eso es Atenea, para tu información. Nosotros no podemos.
-¿Qué les hacemos?- suspiró una sirena.- ¿Qué se olviden, o que crean que pasó otra cosa?
- Que ustedes se fueron y que no las pudieron parar- ideó Hermes y de golpe se rió.- Como estaban muy aburridos empezaron a manosearse.
-¿Por qué no se nos ocurrió antes?- dijo la tercer sirena, y empezó a cantar de otra forma, desafinada y confusa. Las otras la siguieron y cantaron de una forma tan horrible que los dioses se taparon los oídos. Los guardias interrumpieron su orgía unos instantes y después la siguieron cuando las sirenas se callaron.
- Ustedes vayan yendo- indicó Apolo.- Tengo que fijarme algo.
- Se queda para unirse a la orgía- se rió Hermes.
- Está bien, voy con ustedes- refunfuñó el dios.

Las tres sirenas llegaron pocos segundos después al salón Princesa Carmesí acompañadas por los dioses. Lo primero que preguntó Hermes fue en que lugar guardaban la cerveza.
-¡Ay, nene, ni que estuvieras desesperado!- se indignó Ceres, hizo crecer cebada, y la exprimió dentro de una botella.- ¡Toma, y a ver si te calmas de una vez!
-¡Gracias, Ceres!- dijo Hermes, y se vació la botella.
- Aquí están las sirenas- anunció Apolo. Hera salió de la cocina, lista para reprenderlas, pero las tres avistaron el lago del patio y sin hacer preguntas se sacaron la ropa y corrieron desnudas a zambullirse adentro, donde sus piernas se volvieron colas escamosas y su cabello se tornó salvaje.
-¡Sirenas y basta, confianzudas como ellas solas!- se quejó Atenea.- ¡Ni permiso pidieron!
- Nosotros nomás las trajimos. No tenemos nada que ver- dijo Hermes, un tanto beodo.
- Soy un fracaso- dijo Apolo, y se fue al patio sin decir más.
- Ustedes ni buen día ni nada- dijo Zeus.- Entran acá como Pancho por su casa y no saludaron porque son los más atorrantes del Olimpo.
- A mí no me decís nada porque Ceres y Apolo me pusieron en pedo entre botellas y cebada. Es que los dos se quieren acostar conmigo, más Apolo, que es medio trolebús- explicó Hermes, ya borracho del todo.
- Cuando llegó no estaba así- dijo Ceres.- Sí, le hice un poco se cerveza pero no fue para tanto.
Apolo se sentó a orillas del lago, sin extrañarse del extenso bosque en el pequeño patio, suspiró y se puso a llorar. Las sirenas se sintieron atraídas por su llanto y se acercaron a consolarlo, pero Freya fue quien le habló:
-¡Epa! ¿Qué le pasa a Apolo, el rey de los samputas?- Apolo la miró dolorido pero cambió la cara:
-¡Hola! No te había visto.
- Vine ayer. ¿Qué te pasa, que andas llorando?
- Pavadas. Es que… le saqué la borrachera a Hermes y le volvió casi al instante. Mi cura no duró ni cinco minutos.
-¿En serio?
- Sí. Me pregunto si no está cumpliéndose la maldición que una mujer me tiró antes de que la matase por eso. Me dijo que los dioses acabaríamos volviéndonos humanos y nos perderíamos en el olvido. ¡Qué lindo destino!- se lamentó Apolo secándose las lagrimas.
- No te vas a preocupar por eso. ¿Hace cuanto que la mataste?
- La semana pasada.
-¿Eh? ¿Acá? ¿La mataste acá, en la ciudad? ¿Por qué lo hiciste?- se espantó la diosa. Apolo la miró con desdén.
-¿Y qué si la maté? Quise acordarme de cuando podíamos hacer eso sin que nadie nos dijera nada. Es más, hasta nos levantaban templos para que nos calmásemos. ¡Ahora somos nosotros los que tenemos que andar con cuidado para que ellos no se enojen!- gritó Apolo, tiró una piedra, y casi desnucó a una sirena.- ¡Perdón! Pero la cuestión es que nuestros poderes están yéndose- se entristeció.
-¡Vamos, che, no es para tanto!- lo alentó Freya.- A todos nos pasa. No se acaban los poderes. Uno solo tiene estrés.
-“Estrés divino”, habría dicho Homero- se rió Apolo.
- Él mintió tanto sobre ustedes como lo hicieron las Edas sobre nosotros- sonrió Freya. Las Edas eran una serie de poemas por las que los hombres sabían la historia de los dioses nórdicos, ya que nunca se les había ocurrido ir a preguntarles a los dioses mismos.- ¿Queres ver el atardecer?
-¿El atardecer? Todavía no son las doce.
-¿Eso que importa?- le preguntó Freya, e hizo venir la tarde. El sol se escondió , y con la creciente oscuridad las ramas de los árboles se volvían oscuras pero después se iluminaban al son de la música de las hadas. Un centauro arquero pasó por un camino cercano e hizo un saludo con la cabeza que los dioses devolvieron y desapareció con un trote fuerte. Las ninfas en general salieron de sus escondites para correr, saltar y huir de los faunos, aunque ellos solo estaban entretenidos en hacer música con instrumentos basados en ramas livianas y trapos que les había dado Atenea. Afrodita pasó por ahí, miró para todos lados sin ver a los otros, y pateó el suelo. La tierra tembló, y allá en el horizonte, al lado de las fábricas, surgió una gran montaña con un punto de resplandor en la cima.
-¡Una copia del Olimpo!- exclamó Apolo.- ¡Es audaz, esa turra desobediente! Se supone que no puede hacer eso porque es la diosa del amor. Pero no parece el Olimpo.
- No te apures a reprenderla porque estamos viendo el futuro. ¡Mira allá, quien va a venir!- exclamó Freya, señalando el lago. Apolo vio que el agua se movía como llevando un peso invisible. Alrededor del hueco había olas que estallaban solas y raras corrientes. Se fue haciendo visible un carro de coral tirado por caballos de agua. Alrededor iban sirenas oceánicas y sátiros marinos anunciando con cuernos la llegada de Poseidón y su esposa Anfitride.
-¡Freya! ¡Apolo! No los he visto en todo el día y eso que los busqué- exclamó Atenea.- Vengan para acá.
-¿No estábamos de visita en el futuro?
- A veces pasan estos errores. Nos salteamos medio día sin querer. Es por el estrés, ya te dije.
-¿Qué estrés podes tener vos?- se rió Apolo, y los dos fueron a ver que quería Palas Atenea.

La prensa porteña, si se enteró de que iba a haber una reunión de dioses, no le dio nada de importancia, no le dio nada de importancia, pero se corrió el rumor por toda la ciudad a causa de los que vieron las cosas que se vieron. Un hombre de avanzada edad casi sufrió un infarto al ver un dragón cruzando los aires cargado de personas vestidas de rara manera, y los encargados del puerto vieron que de los barcos salían extraños personajes, comenzando con los centauros el día anterior y siguiendo con otros extraños personajes y lo que hacían, como por ejemplo el lobo Fenris, de los dioses nórdicos. Según los mitos, cumplía un funesto papel porque era el que devoraría al dios Odín durante el fin del mundo. Eso no era verdad ahora, porque si bien había sido creado para eso, una vez había agarrado al dios Loki en un mal día, y este por poco lo había matado con las sacudidas que le había pegado contra las paredes, las montañas, los glaciares, en fin, contra todo lo que vio, y después de semejante golpiza, el lobo Fenris no sabía en que lugar estaba parado, y se había puesto tan manso que los enemigos de los dioses lo habían desechado como arma. Bueno, en el puerto casualmente pasaba paseado por Hades el Cancerbero, perro guardián del Infierno griego. En cuanto se cruzaron, los animales se trenzaron en una pelea fenomenal. Los gruñidos y los golpes sonaban como choques de autos y asustaron a los presentes. Fue un milagro que no mataron o mordieran a nadie, porque en la trifulca voltearon puestos ambulantes, hicieron saltar algún ladrillo flojo, dieron vuelta un auto, y tiraron algún equipaje. Hades trataba inútilmente se separarlos con gritos y ordenes hasta que los animales lo hicieron chocar contra un barco y lo tiraron al mar. Si alguien pensaba en denunciarlo por el destrozo que habían armado “sus” perros, cambió de idea. El dios saltó de nuevo al muelle hecho una furia y se convirtió en un animal más grande y fuerte que los otros dos y los atacó con mayor fuerza y ferocidad hasta que gimotearon pidiendo clemencia. “¡Ahora los dos se van sin parar hasta lo de Palas y no pelean!”, gritó, volviendo a su apariencia normal. “Disculpen los inconvenientes”, les dijo a los que habían visto eso, arregló todos los desbarajustes que habían armado el perro y el lobo. Acto seguido, los agarró y desapareció antes de que los pudieran culpar de lo que había pasado.

lunes, 25 de junio de 2012

Capítulo II: Lo que opinaron los otros dioses.




 Odín miraba el horizonte desde lo alto de los hielos, desde lo que quedaba del Asgard, la morada de los dioses nórdicos. Un barco pesquero pasaba a lo lejos. El dios lo miro sin ningún rencor pero debería sentirlo; en tiempos antiguos, si un hombre pasaba tan cerca de él, llamaba al dios Thor para que lo eliminase de un martillazo, pero ahora no podía. Los gigantes que atacaban a los dioses ya no estaban, por lo que podían estar en la tierra sin ningún problema, pero ya no eran la autoridad. Todo lo que antes era motivo de reverencia ahora era motivo de atracción turística. El cielo y el infierno habían escapado al control de Odín, si alguna vez lo habían estado, y lo mismo pasaba con el dominio sobre los hombres. Sin embargo, él sabía que todo se termina, aun lo que parece eterno, y lo aceptaba aun cuando rememoraba esos buenos tiempos.
Alguien se acercó lentamente. Su cara denotaba feroz inteligencia y cruel ingenio, dormidos por la falta de uso. Su pelo era rubio, puesto en una trenza de combinaciones complicadas. Llevaba una túnica ajustada con un cinturón de oro, y sandalias aladas como las que supuestamente usaba el dios Hermes en los tiempos antiguos. Odín volteó la cabeza y lo vio.
- Loki. ¿Alguna noticia, aparte de que ya no somos los dioses de los hombres?- bromeó amargamente. Loki, contento de verlo triste, le respondió:
- Carta de Palas Atenea, de Argentina.
-¿Carta de ella?- se extrañó Odín.- ¿Qué quiere?
- Dará una fiesta en la ciudad donde vive ahora. Van a ir… todos los dioses- dijo Loki, y logró el efecto deseado. Odín se enojó, porque detestaba que se llamase “dioses” a los integrantes de las otras cosmogonías.
-¡Dioses! ¡Dioses! ¿Desde cuándo son dioses?- gritó Odín pero en silencio. Sin embargo, los hielos se estremecieron.- Nosotros somos los únicos y verdaderos, ¿nunca lo he dicho? No fuimos expulsados como los Griegos ni vivimos de limosnas como los demás. Todavía tenemos algo de dignidad.
- Eso es muy cierto- dijo Loki con su voz más obsecuente.- Se han rebajado a vivir como personas corrientes, ¡en vez de pelear por el puesto que realmente les corresponde!- aulló muy convincentemente, y se preparó para saltar a las heladas aguas, pero Odín lo detuvo.
-¡No lo hagas! Esos traidores no valen ni la menor gota de tu sangre, a pesar de ser quien más daño nos ha hecho.- Loki se inclinó humildemente y susurró:
- Será mejor no ir, no rebajarnos. Habrá hipogrifos, basiliscos, cuervos gigantes. Se dice que será una gran fiesta pero solo será un caldo de traidores humanizados.
-¿Decís que habrá esas criaturas tan cerca de los hombres?- se irritó Odín.
- Sí, y por eso son peores- dijo Loki, con expresión de “no puede ser”.- Lo más probable es que llamen a los hombres y les vendan entradas para verlas de cerca.
-¡Eso ya es demasiado!- estalló Odin.- Llama a todos los otros y que lleven los animales que quieran. Vamos a ver que hacemos con esa reunión… de Dioses.
El dios rubio se dio vuelta y se alejó sonriendo con malignidad. Odín agregó de pronto:
- Loki, portate bien allá, por lo menos. Acá todavía tenemos que esconderte después de lo último que hiciste.

Anubis aulló y le tiró un mordisco a uno que se hacía el gracioso con su vieja balanza de pesar almas. Siempre la había usado en los buenos tiempos para pesar los espíritus de los hombres para mandarlos al cielo o el infierno (según creía él), y no la había puesto en el museo para que se riera cualquiera. Esa persona se asustó y salió corriendo.
-¡Bien hecho!- le dijo un turista.- Lo que menos me gustaría es que alguien se metiera con las cosas de mi casa.
- Gracias- dijo Anubis con un gruñido satisfecho.- La mayoría de la gente me dice “monstruo” y “habría que matarlo”, cuando no es “usted no tendría que existir”. Me revienta la falta de respeto. Mire. Usted fue el único que ha quedado porque los otros se fueron asustados. Por hoy el museo cierra. ¿Quiere pasar a la trastienda? Hay un vino cosecha 1000 antes de lo que usted ya sabe.
- Bueno, gracias. ¿Tanto rencor le guarda todavía?- se rió el turista.
- Sí, ¿qué quiere?- preguntó Anubis, cerrando las puertas y ventanas del museo.- Más tarde o más temprano a todos nos dio una amable aunque soberana patada en el trasero. Ya no pudimos ser dioses. La gente se inventó otros y nos perdió el respeto.
- Debe reconocer que eso los acercó más a la gente- le dijo el turista, ayudándolo.- Por lo general no tenían más noticias que lo que le decían en los templos. Y a usted lo engañaban fácil.
-¿Me engañaban fácil?- preguntó Anubis, sorprendido por la afirmación.
- Por lo que he leído, los antiguos egipcios ponían inscripciones en sus tumbas diciendo que habían dado de comer al hambriento, habían vestido al desnudo, habían dado limosnas, y podían amuletos para que a su alma le fuera bien cuando tuviera que enfrentarse con los cuarenta y dos demonios del tribunal de Osiris.
- Se la estudió bien, ¿no?- elogió Anubis, riéndose.- Se le olvido algo. A mi podrían engañarme, pero a la pequeña balanza, no. Cada alma pesa lo que pesa por más amuletos o inscripciones que ponga. ¿Le gusta ese vaso? Se lo regalo para que tome el vino.
-¿Eh?- El turista se quedó anonadado.- ¡Debe tener como dos mil años! No me lo puede dar así nomás.
- Tiene cuatro mil ciento dos- dijo Anubis.- Se lo doy porque es mío, lo hice yo, y tengo cien mil como este en un lugar al que no pudieron llegar ni los más avezados ladrones de tumbas.
- Oh, me siento tan exclusivo- ironizó el turista, y cinco segundos más tarde exclamó.- ¡Qué vino tan lindo!
- Es la primera vez que se abre.
- La segunda- dijo Horus, el hijo mayor del dios Osiris, mirando con no muy buenos ojos al turista.- Ayer me tomé un poco.
- Pero estaba cerrado- dijo el hombre, mirando alternativamente a Anubis, con cabeza de chacal, y a Horus, con cabeza de halcón.
- No me es impedimento- le aclaró Horus, y le dijo a Anubis.- Se suponía que ese vino era para invitados especiales.
- El señor es alguien especial, porque alguien quiso tocar Mi balanza, le tiré un mordisco, y él me defendió. ¿Cuántas veces has visto que alguien haga eso?
-¿En serio?- preguntó Horus, con máxima sorpresa.
-¡Sí, en serio!
- Ah, bueno, eso es otra cosa- dijo Horus, dándole una palmada en el hombro al turista.- Tome lo que quiera, amigo, pero después no lo cuente. A nosotros no nos hará ningún mal, pero a usted sí. Se le van a reír en la cara.
-¿Qué me importa? Ustedes se están portando bien conmigo. Claro, tampoco les voy a contar- se rió el turista.- ¡Que vino tan lindo!
- Y, lo hice yo- afirmó Horus-, y ninguna leyenda lo dice. Digo “leyenda”, porque hay muchas narraciones que no tienen que ver con la vida real.
Entró volando una paloma con una tarjeta atada en la para. Lejos de atraparla, Horus le tiró con la lanza, causando un estallido de plumas y entrañas. El turista no pudo sentirse asqueado porque los restos de la paloma cayeron momificados en forma de gato.
- Perdón por la violencia, pero en casa siempre lo hacemos- se disculpó el dios, y arrancó la tarjeta de la momia.- ¡Mira!
-¿Qué pasó?- preguntó Anubis.
- Madre Isis se fue de vacaciones a la Argentina, y nos invita a una fiesta que va a dar Palas Atenea.
-¿Palas Atenea? ¿Qué fue a hacer ahí?
- Habrá que preguntarle. Dice que vayamos todos porque va a ir la gran mayoría.
-¿Todos los otros?- preguntó Anubis, extrañado.
- Los otros dioses- explicó Horus, y paralizó al turista.- ¿Qué habrá ido a hacer a lo de Atenea? Si se pasa el día criticándola…

Las tarjetas de las diosas recorrieron todo el mundo en todo lugar divino. En cierto momento, una de las invitaciones (destinada a los dioses chinos) cayó en manos de los restos de una cosmogonía hasta entonces sin conocer, pero que los conocía a todos. Eran siete dioses antiquísimos que vivían en el fondo del mar, en las inmediaciones de las islas Azores, al oeste de Portugal, en el océano Atlántico.
-¡Otra de esas reuniones!- exclamó la Madre- Tierra- Diosa- Agua Eloick, luego de darle un vistazo a la escritura divina.- No sé que quieren demostrar.
- Su propia decadencia- observó Hasta- Nera, un dios con cabeza de ciervo y manos de elefante.
-¡Queremos divertirnos!- corearon cuatro divinidades, precisamente la de las bromas pesadas, la del humor negro, y otras dos que se ocupaban de cosas parecidas.- ¡Déjennos ir allá!
- Tienen toda la historia del mundo y todavía no maduran- observó el último dios, Tausebres, el de los asuntos generales pero el menos importante de ellos.- No importa que por eso nadie más creyera en nosotros. Todos los otros…
-¡Bueno, basta!- rió una de las cuatro.- Siempre nos recordas eso, como si la culpa hubiese sido solamente de nosotras.
- Otra vez digo que Isil, Ador, Si’güí, y Ajhá tienen razón; la culpa también fue de nuestros adoradores y de los de afuera, que se metieron- sentenció Eloick.- Por eso hubo que hacer lo que hubo que hacer.
- Y con eso se logró que nuestra memoria quede sepultada para siempre, culpa de los otros- dijo Hasta-Nera, moviendo sus cuernos con pesar.- Y todos nuestros hermanos, y nuestras criaturas que nadie ha visto jamás, y todos… Ellos tienen razón- le comunicó a Eloick.- Habría que visitarlos para cobrarnos lo que tuvimos que hacer.
- Será cuestión de visitarlos- juzgó Eloick.- ¡Pero nada de cobrarnos nada ni de darnos a conocer! Estamos bien como estamos, sin nadie que se preocupe por lo que hacemos y sin extraños que vengan a visitarnos. No hemos disfrutado del anonimato para que ahora vengan a venos como bichos raros. Pero de nosotros solo irán Si’güí y Hasta-Nera. Si va alguno más, correremos peligro.
- Pero, Madre-Tierra-Agua Eloick…- dijo Ajhá.
-¿Qué pensas, hija?
-¿No ves que es la oportunidad perfecta para hacernos de nuevos creyentes?
-¿Para qué? ¿Para después tener que borrarlos con otra catástrofe natural?

Algunos dioses griegos no habían conseguido trabajo en su estadía en la Argentina. Mientras algunos seguían siendo respetados por lo que habían significado antes, otros no lo eran por sus actitudes. Era el caso de Apolo y Artemis. La reputación del dios se había venido abajo por sus orgías con mujeres, hombres y animales, y por su carácter olímpicamente disoluto. Eso no era lo más grave, porque corría la voz de que hacía desaparecer a flechazos a quien no le gustaba. Se lo sindicaba como responsable de la desaparición de treinta y dos personas, aunque no era tan grave porque en sus buenos tiempos asesinaba impunemente a diestra y siniestra. La policía nunca podía arrestarlo porque presentaba coartadas impensables. La diosa Artemis hacía algo más leve pero igualmente ilegal; al ser la diosa de la caza, organizaba tours de caza de especies en extinción que eran muy populares entre los extranjeros. Greenpeace la odiaba.
Ares era el más ocioso. Después de su episodio con Hércules (que todos comentaban jocosamente) se había retirado de su especialidad, la guerra, porque notaba que los hombres lo habían aventajado tremendamente, o mejor dicho, ya no practicaban el tipo de lucha que le agradaba. Antes todo residía, bueno, un poco en las armas, pero más que nada en el valor y la belicosidad. Ahora todo estaba dado por las maquinas. La emoción de un combate cuerpo a cuerpo no era lo mismo que la seguridad de subirse a una maquina voladora para exterminar a decenas. Se había retirado, además, porque no tenía sentido alentar a gente que ya no lo respetaba.

Afrodita, Ceres y Hestia estaban reunidas en un bar del centro porteño vestidas de forma común, sin las vestiduras que antes provocaban más de una burla, y sin estar desnudas para no ir presas, como había pasado una vez que quisieron reivindicar su condición divina. El lugar donde estaban reunidas tenía por nombre “Los Inmortales”. Habían ido con la ilusión de encontrarse algunos de sus viejos conocidos, pero al ver que el título hablaba de otra clase de inmortales (por ejemplo, Gardel) decidieron quedarse para consumir una pizza y tres cafés.
- La verdad, es algo indigno que en las películas…- decía Ceres, diosa de la agricultura y la tierra, pero se interrumpió al ver una invitación en su cortado.- ¡Paren con esos chistes!- les dijo a las otras, y tiró la tarjeta, pero Afrodita la cazó en el aire y exclamó sorprendida:
-¡Pero si es una invitación de Atenea! ¿Adivinen con quien la hizo? Con Isis. ¿Vieron? Nunca lo hubieran adivinado.
En serio, las otras dos diosas estaban atónitas.
-¿Hizo la invitación con Isis?- preguntó Hestia.
- Le tenemos que decir que no nos moleste hablando pestes de ella. ¿Qué dice ahí?
- Ha organizado una reunión con todos- dijo Ceres con cara de consecuencia.
-¿Eh? ¿Para qué?- cuestionó Afrodita.- ¿No se da cuenta de que nuestra época es una etapa quemada? Nos gusta acordarnos porque era cuando teníamos la sartén por el mango, pero ya pasó, ya fue. Si fuera una reunión entre nosotros, bueno, ¿pero invitar a todos los otros…?
-¿También le habrá mandado invitaciones al que te dije?- preguntó Ceres.- ¡Más vale que no! ¿Recuerdan cuando nos tenía corriendo todo el tiempo por el Olimpo?
-¡Vamos, si Dionisio te gustaba! Una vez se revolcaron.
-¡Qué pavada, Afrodita! Nunca me revolqué con él. Las ganas suyas para que las uvas dieran más vino. Porque eso es lo que habría pasado.
- Por lo menos van a ir los egipcios y los nórdicos.
-¿Cuántos son? Los principales, doce, por lo menos, y los dioses de porquería, decenas y decenas, por no decir cientos.
-¡Eh! Supongo que no van a venir todos porque sino no alcanzará toda la calle Corrientes para la fiesta.
- Imaginate los centauros, las sirenas…
-¿Todavía existen las sirenas?
- Sí. En las noticias dicen que cada dos por tres pescan una muerta.
- Por lo menos no invitará a los monstruos. Ahí precisaría por lo menos la selva del Amazonas.
- Dame la tarjeta- pidió Afrodita. Una vez en sus manos la examinó detenidamente.- ¡Pero es puta!
-¿Por qué?- preguntó Hestia.
- Escribe subliminalmente, como todas las veces. Mira de costado. Dice “esta ya me está diciendo inútil y quiere que haga las cosas como dice ella”.
-¿No lo escribe a propósito? Siempre me ha parecido que sí.
- Yo, ni idea.
-¿Qué tal si vamos a ver como arreglan el salón? Vamos a divertirnos viendo como se tiran indirectas.
- No sé si no nos verán- dudó Ceres.
- Si nos disfrazamos, no- confió Afrodita.

-¡Manga de putas baratas! Bajen de ahí- exigió Atenea, hablándole al palomar que había en el patio del salón. Isis la miró extrañada y le preguntó:
-¿A quién le hablas?
- Allá, mira- le dijo Atenea, señalando a tres palomas que se hacían las distraídas.- Seguro que son las tres que te dije.
-¿Ah, sí?- dijo Isis, riéndose.
- Sí… ¡Quietas!- les ordenó Atenea a las palomas, que no pudieron levantar vuelo. Sacó una onda, apuntó, y dijo.- La de la izquierda es Ceres. Ninguna otra paloma usa una corona de laureles.- Disparó, y la diosa se cayó al suelo.- La del medio es Afrodita. Como era la diosa de las putas baratas, no resistió la tentación de ponerse un moño colorado en la pata.- Disparó la honda por segunda vez, y Afrodita se cayó protestando “¡era la diosa del amor, no la de las putas baratas!”.- Es lo mismo. La del medio es Hestia.- Le dio un hondazo y la diosa se cayó arriba de las otras dos, diciendo “¿cómo viste que era yo?”.
- No vi nada, pero siempre andas con estas dos. Bueno, hermanas, saluden a mi amiga y pónganse a colaborar con nosotros.
-¿“Mí amiga”?- le preguntó Afrodita por lo bajo a Hestia.

Loki se sentó a la orilla del helado mar y dio un tremendo silbido que resonó violentamente en los hielos. El agua se movió muy fuerte, y poco a poco un largo objeto sinuoso salió de ella. Era una serpiente marina con grandes crestas de un amarillo enfermizo a los costados de la cabeza. Al lado de cada cresta había tres ojos claros más verdes que un árbol en primavera. La boca tenía una dentadura grisácea coronada por dos colmillos triangulares, uno de los cuales estaba roto. El reptil tenía mucho cuerpo fuera del agua, cubierto por diminutas escamas en distintos tonos de verde, pero tras él se adivinaba que el resto se extendía por kilómetros. Adelantó la gran cabeza y la puso al lado de Loki. Este le dijo:
- Jormungard, vieja hija. Los hombres te han buscado durante siglos para darte caza y siempre los evitaste, porque siempre tuviste tus secretos. Jormungard, los buenos tiempos se han ido para todos nosotros. El nuevo dios de los hombres se llama Ciencia y Tecnología. Ya no quieren reconocer que fuimos sus creadores, sus maestros. No hay respeto. Sin embargo, hay algo que no ha cambiado; mi carácter bromista. ¿No te alegra?
La serpiente se rió, lanzando suspiros cavernosos con cada carcajada.
- Me gusta que te alegres. Hay una reunión de dioses, y voy a hacer desastres. Voy a demostrarles que todavía tengo dignidad, no como ellos. Y para que vean hasta donde estoy dispuesto a llegar, voy a hacer algo con vos.
La serpiente lo miró con atención. En menos de un segundo Loki sacó un martillo y se lo dio en la cabeza. Sin hacer un ruido, la serpiente se enrolló rápidamente creando una ola que dio contra todo lo que se le cruzó, y se fue al fondo.
- Mis disculpas. Todos los mitos terminan alguna vez- le dijo. “¡Loki!” llamó alguien. Él no se dio vuelta, pero esperó ocultando su sonrisa.
-¿Qué haces con eso?- le preguntó el dios Thor, dueño del martillo.
- No aguanto más- dijo Loki, llorando.- Perdoname. Quise morir y quise suicidarme golpeándome la cabeza con tu martillo. No soporto vivir con el pasado. Nosotros somos los únicos y verdaderos. No nos hemos rebajado como los otros, no nos hemos humanizado vergonzosamente. Entonces… ¿por qué siento vergüenza y todo lo malo junto? ¿Acaso me doy cuenta de todo el mal que hice a través del tiempo y sé que no puedo arreglarlo?
- Nunca es tarde para arrepentirse, Loki. Dame el martillo, porque está en su merecido descanso. Si lo hubieras usado contra vos, simplemente hubieras desaparecido del todo y a todos nos daría mucha tristeza.
- Eso es también lo que me pasa- siguió mintiéndole Loki, dándole el martillo.- No me hubiera animado. He sido cobarde toda mi vida y creo que voy a seguir siéndolo.
-¿Qué fue eso?- le preguntó Thor, señalando el agua que todavía se movía.
- Tiré un martillazo al aire y el agua se movió. Con razón los gigantes le tenían tanto miedo. Por favor, andate. Te prometo que no me voy a suicidar.
- Si queres hablar con alguien ya sabes donde encontrarme- le dijo Thor palmeándole el hombro con afecto, y se alejó. Loki lo miró malévolamente y dijo en voz baja:
- No me voy a suicidar. Yo no.

En la India, los dioses gozaban de buena salud, y como sucedía con sus vecinos chinos, habían decidido occidentalizarse para estar a la moda. Cuando una vaca entró a su palacio con una tarjeta verde en el cencerro, algunos dioses (los más importantes, casualmente) estaban probando comida japonesa. Al leer la invitación, su único comentario fue “¡Esa manga de fracasados! ¡Tenemos que ir, chica la diversión que vamos a tener!”, pero no se quedaron ahí, pues llamaron a todos los otros dioses que tenían creyentes y quedaron en ir a hacerse los bonitos por eso.

Helios dejó el carro al cuidado del semidiós Pantlakas, aficionado al viaje del sol, y se fue a un refugio secreto. Ahí se encontró con Hades (dios de la muerte) y su esposa Perséfone (hija de Ceres), quienes se estaban riendo con unas ninfas del alma de un hombre llamado Narciso. En los tiempos antiguos, él había hecho morir de amor a una ninfa llamada Eco por decir que no estaba a su nivel para ser su novia, y como castigo había sido condenado a enamorarse de la primera cosa que viera al despertar. Lo habían puesto a la orilla de un río, se despertó con sed, y al ver su reflejo se enamoró de sí mismo. Ahora las ninfas (muchas de ellas antiguas amigas de Eco) se divertían haciendo que se arrastrase tras un espejo que sostenían.
-¡Bienvenido!- le gritaron las ninfas cuando lo vieron.- ¡Sentate y disfruta de nuestra hospitalidad… y el espectáculo!- concluyeron entre risas.
-¡Hades!- dijo Helios muy serio.- ¡Se supone que no podes hacer esto!
-¿Hacer que cosa?- le preguntó Hades.
-¡Este alma es del Otro!- le aclaró Helios, mirando como se reían las ninfas.
- No vas a creer… El otro día se me presentó en persona y me dijo que puedo ocuparme de las almas que hayan tenido más relación con nosotros. No me mires mal… pero ahora no me parece tan mal tipo.
-¿Quién? ¿Narciso?
- No. Ya sabes… El Que te Dije.
-¿Cómo te va a parecer buen tipo después de lo que nos hizo?
- “Nos” “Hizo”- repitió Hades, mirándolo con desprecio.- ¿Quién es el que todavía puede manejar el sol? Eolo también puede manejar los vientos pero lo reconoce.
- Bueno, yo digo, nomás…
- Vos y esa manga de trolas como la Aurora y la de la Luna, ¿cómo se llama? Selene.
-¡Rompió el espejo!- chillaron las ninfas. Narciso se había tirado imprevistamente contra el cristal, lo había roto, y ahora estaba adorando los fragmentos resultantes.
- Rompió el espejo, pero… ¿no lo habrás revivido, grandísimo sinvergüenza?.- Hades iba a contestar pero Perséfone se le adelantó:
- Son cosas fantasmales, como él. Están hechas para que se porten como reales cuando él las toca.
-¡Que graciosos que son!- comentó Helios.- ¿Eco era tan buena chica?
- Todavía soy buena chica- dijo una voz a sus espaldas. Se dio vuelta y vio a una típica secretaria de anteojos, con vestido verde y con el pelo juntado en un rodete. Su apariencia de mujer común actual contrastaba con la imagen de orgía mitológica que daban las ninfas desnudas riéndose de Narciso (también desnudo) en sugerentes posiciones.
-¡Eco!- gritaron Hades y Perséfone, saltando de sus improvisados tronos de madera. Las otras ninfas la miraron con mayúscula sorpresa y fueron a rodearla, dejando que Narciso se amase en los fragmentos de espejo.
- Ahora mi nombre es Patricia Equiróz- corrigió la ex ninfa.- ¿Qué me miran?- les dijo a sus amigas.- ¿Es que es la primera vez que me ven vestida?- les preguntó antes de abrazarse emocionada con ellas.
-¿Cómo? ¡Yo no la volví a la vida!- exclamó Hades, ante el principio de celos de su mujer, que le preguntó “¿entonces, cómo?”.
- No fue él- señaló Eco/Patricia.- No les va a gustar cuando les diga como volví a la vida, les aviso.
-¿Cómo fue?- le preguntó una ninfa.
- Me ayudó el Otro- soltó Patricia, y todos saltaron menos Narciso, que seguía en el espejo.- ¿Qué les pasa? Fue él y ningún otro dios el que me revivió. Se acordarán de que la mujer de Zeus me condenó a repetir las últimas palabras del que hablara conmigo porque hacía de campana para proteger las orgías de ustedes con su esposo, ¿se acuerdan?- Las ninfas asintieron.- Bueno, y que me morí de amor por ese animal mal castrado.- Todos dijeron que sí.- Bueno, no me morí y quedó el eco como recordatorio. Yo era el eco. Estaba dormida pero agitada por tener que repetir todo, desde los golpecitos más suaves hasta los ruidos más terribles. Era un infierno…- La ex Eco se secó una lagrima porque los recuerdos aún la aturdían.- Pero un día abrí los ojos y fue algo inesperado, porque me había olvidado de cómo era, y vi una luz realmente hermosa.
Eso les dio malos recuerdos a los dioses presentes, porque, justamente, con “una luz hermosa” el actual Todopoderoso les había dado una amable pero soberana patada en el trasero, a decir de Anubis.
- Esa luz era Él.- Los ojos de Patricia se iluminaron con luz propia.- Me dijo que ha había sido suficiente el castigo por mi vida licenciosa, y que ahora tenía una oportunidad para conseguir un alma inmortal. Claro, con unas condiciones.
-¿Qué condiciones?
- La primera, que yo reconociera que Él es el único que debe ser adorado.
- Bueno, vaya y pase porque ahora es él quien tiene la sartén por el mango- comentó una ninfa.
- La segunda, bueno… Su doctrina es la del perdón, así que debo perdonar a Narciso.
-¡No, eso nunca!- comentaron las ninfas.- Después de lo que te hizo…
- El Señor- todos saltaron por tercera vez- me hizo ver ciertas cosas. Primero; él no me mató, sino que me morí yo sola. Segundo; fue un vanidoso toda su vida, pero fuera de eso, nunca le hizo mal a nadie conscientemente. Tercero; ¿cuánto tiempo pasó ya? Él también ha tenido bastante castigo. Cuarto; hubo gente que también se murió de amor, pero por mí, y yo me hacía la desentendida. Por eso hay que sacarle el enamoramiento- concluyó. Los otros se quedaron pensativos. Helios opinó:
- No son malos argumentos. ¿Qué dicen?
-¿En serio?- le preguntó una ninfa a Patricia.- Recién lo hemos sacado y nos estamos divirtiendo- añadió, tratando de dar lástima.
- Vamos, si el otro tiene razón- suspiró Perséfone.
- También hay que revivirlo- anunció Patricia.
-¡No, eso es demasiado!- exclamó Hades.- Me había dicho que yo podía manejar como quisiera los muertos de nuestra época…
- Sí, pero también estás subordinado a sus ordenes, y no intentes razonar con Él. Él es la Razón.
-¡Che, pará un poco que pareces cristiana!- se espantó una ninfa.
- Lo soy, porque gracias a Él tengo una nueva vida y la posibilidad de llevarla con dignidad- explicó Patricia tranquilamente.- Vamos, cumplan con la condición.
- Sí es necesario…- suspiró Hades, hizo aparecer dos vasos, uno con agua del río Estigia y el otro con la del río Leto (dos ríos del infierno griego) y los mezcló en una jarra que le alcanzó Perséfone. Fue adonde estaba Narciso y le tiró la jarra encima porque no quería dejar de mirarse en los restos del espejo. Al ser solo un espíritu, el agua se derramó en el suelo, pero Narciso puso expresión extrañada y se tiró para atrás, alejándose de los cristales, mirando asustado a Hades. El dios chasqueó los dedos y lo señaló. Narciso se levantó en el aire dando vueltas. Se formó un río de cuatro metros de ancho donde estaba Caronte, el barquero que trasladaba las almas a los infiernos, protestando porque no era su deber regresar almas, pero igual lo hizo. El alma de Narciso se posó en la barca, haciéndola hundir unos centímetros cuando le apareció cuerpo. La visión se desvaneció, y apareció el hombre desnudo como un recién nacido, cubierto por algo parecido al líquido amniótico. Las ninfas se rieron de él cargándolo humillantemente, y no sabía que responderles.
- Bueno, ahora; soy asistente social, y Alguien que no les cae bien a ustedes me mandó a conseguirle educación y trabajo a Narciso, porque no tuvo muchas oportunidades pero puede convertirse en una excelente persona.
-¡Una excelente persona!- se rieron las ninfas.
- Sí, me lo dijo el Otro- dijo Patricia.- Ah, y no se llama más Narciso sino de otra forma. Vamos, Oscar- le indicó, y el ex Narciso la siguió, algo desorientado. Iba a despedirse de las otras pero se acordó de algo y se volvió a Hades:
- Ah, me olvidaba. Toma esto- le dijo, y le alcanzó una tarjeta.- Los han mandado Isis y Atenea. Van a reunir a todos los dioses, en una fiesta el sábado que viene. Van a ir todos- explicó, y se fue con Ricardo.
-¿Isis y Atenea?- preguntó una ninfa.
-¡Pero si no se pueden ni ver!- dijo Perséfone, y todos le dieron la razón.