-¿Qué crees que hay que hacer
acá?- le preguntó Isis a Ceres.- Creo que el espacio no va a alcanzar si van a
venir todos.
-¿Cuántos son?
- Cómo mil quinientos, por lo
menos.
- Hmm, tendrían que haber
seleccionado más.
- Y que queres, si la otra mandó
las invitaciones así nomás.
-¿Ustedes quieren que haya un
patio más grande para que entren todos?
- Sí, pero no se puede. Imaginate
chico el lío si hacemos correr parte de la ciudad.
- No sé cual de las dos tiene
menos imaginación- suspiró Ceres.- ¿Para qué son diosas si no saben que lo
pueden hacer?- Acto seguido, estiró las dos manos contra el fondo y los
costados del patio y las paredes que los marcaban se retiraron. Ceres siguió
repitiendo lo mismo todas las veces que lo creyó necesario. Por cada tramo que
retrocedían los muros se veían flores y árboles que no estaban antes, y hasta
fuentes y arroyos que corrían como si nada. Los ruidos de la ciudad se
alejaban, y hasta el aire recuperó una pureza que había perdido con las
primeras fábricas.- ¿Está tu problema solucionado o debo estirar este lugar
diez kilómetros más?
-¡Está bien! Pero sos la diosa de
la agricultura de tu país… Supuestamente no podes hacer tantas cosas porque no
entran en tu campo.
-¿También vos crees todas las
gansadas que dicen ahora los hombres sobre nosotros? No entrará en mi campo
pero igual lo puedo hacer. ¿Qué más precisas? ¿Árboles frondosos, plantas de
oro, o que vengan algunos pájaros para que canten lo que se les pida?
- No, mejor arbustos y cuevas
para que se revuelquen las ninfas y los sátiros de ustedes- bromeó Isis, muerta
de risa.
- Primero, tu colega Hator (sí,
la con cabeza de vaca) no era ninguna santa en ese aspecto. Y segundo, ya no
hay sátiros.
-¿Cómo que no hay? Hace poco vi,
en Grecia.
-¿Hace cuanto?
- Hará un siglo, siglo y medio.
-¡Sos tonta! No había sátiros. Se
terminaron hace setecientos y pico de años. ¿Vos que viste? ¿Eran como un
hombre pero de la cintura para abajo parecía una cabra?
-¡Sí! Pero un poco grande la
cabra.
- Quiero decir; ¿un hombre con
patas de cabra?
- No, con cuatro patas y cuerpo
de caballo.
-¡Eso es un centauro, estúpida!
¿Nunca viste uno? ¡Toma, decora a tu gusto este bosque que mejor voy a ayudarle
a las otras!- dijo Ceres, irritada y se fue al tranco, mientras Isis se tomaba
de la barbilla y pensaba “no, para mí eran sátiros”.
-¡Pero esta mina no es más
estúpida…!- llegaba la diosa quejándose, mientras Hestia, diosa del hogar como
era, le ordenaba a toda la suciedad que se fuera.
-¿Qué pasa ahora con la egipcia?-
preguntó Atenea con cara de feliz cumpleaños.- Yo seré bruta pero ella no se
queda atrás.
- No sabe diferenciar un sátiro
de un centauro. ¡Es como si yo me confundiera su Esfinge de Gizeh con la Estatua de la Libertad!
- Viene, viene, viene, no viene,
viene, no viene, no viene, no viene, no sabe, viene- recitaba Afrodita mirando
las respuestas a las invitaciones.- Che, hermana Palas, tendrían que haber
revisado a quien invitaban, aunque sea. ¿Cómo van a tener contentos a dioses
que les guste o no el agua, el fuego, el frío, el calor, el hielo…? Se va a
armar un lío.
- Ponemos en funcionamiento el
plan B- le dijo Ceres.
-¿Plan B?
- B- repuso Ceres.- Bacanal.
Tiras alguno de tus licores de emputecimiento y listo.
- No van a estar cachondos todo
el tiempo- observó Hestia.- En parte me alegro porque sino estropearían todo
con los pataleos.
- No. Vamos a tener que hacer
algo, sino…
-¡Hola, gente linda y fea,
personas del mundo!- se escuchó. Los presentes quisieron esconderse, pero
tarde, porque a través de las paredes cruzó un carro tirado por caballos
blancos, acompañado de grandes perros. Quien lo manejaba tenía una capa de piel
de aguara-guazú y tenía un sombrero hecho con la cabeza de un ciervo colorado
al que le había puesto la cornamenta de un alce. Las riendas de los caballos
eran tiras de piel de zorro azul y eran llevadas por Artemis, que lucía algo
rojo en la cara.
- Antes de que digan algo, es un
manchón de pintura que me tiraron los desocupados de Greenpeace. Esa gente no
tiene nada que hacer. Yo les digo que puedo revivir a todas las especies que
quieran pero no me creen, y nunca me dan tiempo para hacerlo. ¡Ah, pero yo
cuando me enojo…! Les acabo de soltar un brontosaurio en los bosques de
Palermo. Les hubiera soltado un tiranosaurio o una manada de velocirraptores
pero después, chico el juicio que nos caería…
-¡Para un poco, charleta!- le
gritó Hestia.- ¿Un brontosaurio?- recién reaccionó.
- Sí, un brontosaurio. No les va
a hacer nada, a lo sumo, los científicos van a saber de que color eran los
brontosauros.
-¡Pero ahí sí que te fuiste al
carajo!- la reprendió Atenea.- ¿Por qué mejor no reviviste al Kraken y lo
largaste en los lagos así armaba más desparramo?
- Casi se me ocurre. ¿Dónde está
tu bien amada Isis?
- Allá en el patio.
-¡Sacame de arriba a estos
perros!- gritó Afrodita, porque se le metían debajo de la túnica. “¡Vamos,
vamos!”, les dijo Artemis, y desaparecieron.
-¿Es en serio lo del
brontosaurio?- preguntó una voz suave. Las diosas se dieron vuelta y se
hallaron con Zeus y Hera, recién llegados.
- Ay, ay- se lamentó Atenea
interiormente.- Ya vienen todos a joder la vida. Una trata de hacer algo sola y
ya se tienen que meter todos- y quiso hablar con Artemis pero todos se pusieron
a charlar con ella. Felicitó a Ceres por haber hecho un bosque tan grande y se
escondió para llorar.
Los dioses nórdicos hicieron las
valijas y se trasladaron en dragón a la Republica Argentina.
Odín les dijo a los otros que hicieran lo que quisieran, pero que él iba a ir
disfrazado a la “reunión de tontos”, según sus propias palabras. Thor iba en
plan vigilante, para ver si ofendían a alguien de su familia. En cuanto a Loki,
iba animado por secretos planes que nadie sospechaba. Las otras divinidades supuestamente
iban a apoyar el plan de Odín, pero en realidad esperaban ansiosas algo así
para ver a gente que nunca podían ver de otro modo. Es más; Freya, la diosa de
la belleza, les ganó de mano y llegó antes que ellos al salón donde dioses y
diosas charlaban y Atenea lloraba.
Hasta-Nera y Si’güí se
trasladaron hasta un avión argentino y se posesionaron de dos pasajeros al
enterarse de que volvían a la Argentina.
Mientras el avión se alejaba, miraron hasta donde estaba el
templo sumergido (junto a toda una isla) y vieron que los dioses restantes los
saludaban deseándoles suerte.
Llegó Freya, pronta para saludar
al primero que viera, pero antes de ver a nadie escuchó un llanto débil pero
constante. Se trasladó al pario, donde contempló admirada el gran bosque
(aunque le faltaba nieve, pensó) y buscó al que lloraba. Se encontró algo que
la sorprendió completamente. ¡Palas Atenea, la que tenía fama de ser la más
insensible y cruel, estaba llorando!
-¿Qué te pasa, Atenas?- le
preguntó, poniéndole las manos en los hombros.
-¿Eh? ¿Quién…? ¡Freya! No te
esperaba hasta el sábado- contestó Atenea, secándose las lagrimas.
-¿Qué te pasa?
- Nada, nada. Se suponía que Isis
y yo armaríamos la fiesta solas, y empiezan a caer todos, todos, y están
metiendo las narices donde no deben, estas. Aunque si fuera eso, nomás… Me
acordaba de alguien que ya no… Bueno, no importa.
- Si te molesto me voy- dijo
Freya.
-¡No, para nada! Sos la persona
que pensaba ver- anunció Atenea.- Esa Isis es una pesada, y los otros me van a
dar la razón. ¿Viste el salón? ¿Cómo te parece que va quedando?
- Bien, aunque lo vi poco. ¡Qué
raro es este bosque! Plantas, plantas, y de golpe un oasis con camellos.
- Ah, esa ha sido Isis.
- Lo que sí, no te quiero
influenciar, pero… Podrías congelar algunos de los ríos que tenes por ahí.
Digo, para que los míos se sientan más en casa, porque me parece que vienen con
ánimo guerrillero.
El rostro de Atenea se iluminó.
-¡Eso! ¡Así es! ¡Me acabas de dar
una buena idea, Frigideya!- bromeó, y le estampó un sonoro beso en la boca.- ¡Perdón,
me entusiasmé! ¿Y si hacemos algo como una feria de las naciones?
-¿Parecido a una feria de las
naciones?- le preguntó Freya, todavía limpiándose la boca en un arroyo y
escupiendo.
-¡Sí, con sectores exclusivos
para cada clase de dioses y lugares mixtos!
-¿Lugares mixtos?
-¡Sí, sí!- afirmó Atenea, muy
entusiasmada.- Por ejemplo… ¿esto que es?- preguntó, y creó una superficie
semiblanca.
- Arena- contestó Freya,
examinándola.
- Tocala- indicó Atenea. Freya lo
hizo y retiró la mano, extrañada.- ¿Qué? ¿Es nieve?
- No… pero si no es le pega en el
palo- dijo Freya, tocando la nueva sustancia.- ¿Qué es? Parece arena pero
tampoco es.
- Una creación mía para la
ocasión; la nierena, eslabón perdido entre la arena y la nieve- anunció la
diosa griega.- Se me ocurrió recién; pensé que podía servir tanto para ustedes,
que les gusta la nieve, como para Isis, que está acostumbrada a la arena.
- Después andan diciendo que los
griegos no piensan- elogió Freya.- Pero si va a venir un montón de dioses vamos
a tener que trabajar a lo loco para dejar contentos a todos. ¿Viste? Vinieron
tus padres.
- Ya los vi, pero con ellos no me
hablo. Y la tal Hera, no “Hera” mi madre.
-¿Es verdad que…?
- Ay- se lamentó Palas Atenea.-
¿Cuántas veces tendré que explicarlo? No nací de la cabeza de mi padre, porque
se la comió a mi madre, eso es un malentendido del principio a fin. Se basa en
que Zeus una vez se enamoró de un hombre y todos anduvieron diciendo que se la
comía hasta que él los amenazó con los rayos, y resulta que eso pasó cuando
estaba de novio con la diosa Metis, mi madre, que apenas me tuvo nos abandonó.
Una vez Hermes y Apolo se emborracharon (no sé que habrán andado haciendo) y le
contaron a los hombres la historia toda despatarrada, agregándole que mi padre
decía que yo era un dolor de cabeza. Y de ahí se armó toda la confusión, ¿te
quedó claro? Contáselo a todos los que puedas porque yo estoy patilluda de
contar siempre lo mismo.
Empezaron con la idea de Atenea
al minuto siguiente, y hasta los mismos padres de los dioses se pusieron a
colaborar. Isis, Freya, Ceres y Artemis se ocuparon del bosque, por el momento,
Hestia, Afrodita y Atenea de la decoración, y Zeus con su esposa se la
iluminación, aunque a cada rato se ponían a discutir.
Eligieron el lugar donde antes
estaba el patio para crear un gran lugar mixto, y que de ahí salieran los
caminos para ir a los lugares de tal o cual cosmogonía. La parte principal
tenía un pedazo de tierra cubierto de nierena con árboles nevados, un lago con
témpanos de donde, sin embargo, salían sirenas a tomar aire como si estuvieran
en el lago más cálido del mundo (Freya preguntó porque no aparecía la serpiente
Jormungard ya que la había convocado, y le dijeron que tal vez era muy grande
para ese lago). Ceres había calculado que tal vez necesitaban más espacio y
había retirado algún kilómetro más los paredones del costado. Nada en perjuicio
de la ciudad, claro, porque para cualquiera que miraba seguía siendo el mismo
aburrido terreno solo que con unas plantas más.
-¡Este bosque está muy lindo, muy
lindo, pero está aburrido!- irrumpió Artemis, sacó un cuerno, y lo hizo sonar
muy fuerte. De todo el paisaje (de los árboles, de las aguas, de los huecos de
los troncos, de las rocas) empezaron a surgir luces, voces, y otras cosas. Se
oyeron risas cristalinas y cantos inentendibles. La tardecita se apresuró para
volverse noche y se llenó de estrellas. Las constelaciones de Perseo y
Andrómeda estaban juntas para la ocasión, con la Estrella del Norte en
medio. Las voces y los cantos rodearon a las diosas.
-¡Hadas!- exclamó Freya.- Nunca
había visto tantas juntas.
- Son recién nacidas- explicó Artemis,
y empezó a señalar y nombrar.- Faeries, filgias, silfos, xanas, dríades,
alseides, salamandras, limniades, dedos de luz…
-¿Dríades?- preguntó Isis.-
¿Dónde?
- Acá- dijo una voz cercana. Un
árbol se abrió y se replegó sobre sí mismo, conformando una bella muchacha con
un vestido de manchones verdes simulando (tal vez eran) hojas nuevas, y un pelo
que parecía duro pero que eran ramitas débiles entrelazadas con fuerza.- Soy
hada de los…
- Sí, ya sé- dijo Afrodita-, pero
hacía tanto que no veía una.
- Daríade, anda a despertar a las
otras- le indicó Artemis, y la dríade hizo una reverencia y se perdió entre los
árboles. A la orilla del lado salió del agua una muchacha muy graciosa haciendo
piruetas, que cada tanto se metía los dedos en la nariz y la boca, haciendo que
el agua le saliese por las orejas. Por donde pasaba dejaba un reguero de risas
propias y ajenas.
- Una náyade- dijo Ceres.- Son
hadas graciosas, por lo que veo.
- No, nada que ver, pero siempre
tienen alguna oveja negra en su familia- dijo Artemis.- ¡Nádiade, anda a
despertar a tus hermanas!- le indicó, y la náyade hizo una reverencia y empezó
a dar saltos mortales por toda la orilla, cantando.
- Que casualidad, sus nombres-
observó Isis.- Dríade, Daríade. Náyade, Nádiade.
- Es porque son las primeras que
despertaron- le explicó Artemis.- Después habrá más variedad de nombres.
-¡Miren la sorpresa que les tengo
preparada a mi familia!- exclamó Isis desde el lugar egipcio. Los otros la
siguieron para ver que era esa sorpresa, y Freya la experimentó. Cuando pasó
por un sector de arena real, una gran araña salió del suelo y quiso atraparla.
Freya sacó la espada y la mató. Después de la araña salió un cocodrilo
momificado que atacó a Artemis, pero ella le dio una feroz patada, y el animal
retrocedió y se partió en dos.
-¡Eh, no me arruinen los
cachivaches!- se quejó Isis, reparándolos en un santiamén.- Esta es la sorpresa-
y señaló unas grandes palmeras. Los dioses se asomaron intranquilos sin saber
que otros “cachivaches” de Isis podían estar esperando. Pasaron las palmeras y
vieron asombrados un gran monumento formado por un círculo de cinco pirámides
presidida por una copia gigantesca de la Esfinge de Gizeh. Había grandes monumentos a la
entrada de cada pirámide iluminados cada uno por una luna particular. Alrededor
de la Esfinge
había como súbditos de una corte egipcia ejecutando una música alegre pero
monótona. Parecía una mezcla majestuosa entre fiesta real y mercado egipcio.
-¿Y esto?- preguntó Ceres.-
¿Cuántos árboles has talado para hacer esto?- añadió, mosqueada.
- Ninguno. Solo aprendí tu forma
de ensanchar el espacio- le explicó Isis.
-¿Qué pasa ahí?- preguntó Zeus, a
punto de tirar un rayo.
- Viejo, calmate que son las
chicas y las otras arreglando el bosque. ¡Que lindas luces han puesto!- dijo
Hera, poniéndole guirnaldas de laurel.- ¿Artemis me dirá algo si le convierto
los caballos en porteros para que anuncien quien llega?
-¡No, mamá!- le dijo Afrodita.-
Sabes que no aguanta que le toquen las cosas.
- Ah, pero por un rato- dijo
Hera, dirigiéndose al carro de la diosa de la caza, pero en cuanto quiso
tocarlo, la sacaron corriendo varios perros hasta la puerta del patio ante la
mirada risueña de su esposo y las otras diosas.- ¡Ay! ¡Qué egoísta es esta
mujer!
-¿Le avisé o no le avisé?- le
preguntó Afrodita a Atenea.
- Me avisaste- reconoció Hera-,
pero igual necesitamos algún portero.
-¡Yo, yo, yo!- dijeron unos
gritos salvajes e inesperados. Doce o trece faunos llegaron corriendo,
reconocieron el terreno en segundos, y acto seguido se dedicaron a correr a las
diosas para manosearlas.
-¡Paren! ¡Paren!- gritaba Zeus,
pero no le hacían caso. Finalmente, Atenea se cansó y mostró la Égida, un arma
que daba miedo, y los faunos se arrojaron al suelo suplicando clemencia.
-¡Si no había más faunos!-
exclamó Ceres, desconcertada.
- Eso hasta que yo los reviví-
dijo Hades parado en el umbral, riéndose como un condenado.
A las nueve de la mañana del
tercer día los dioses recibieron la visita de un inspector que había mandado el
Gobierno de la Ciudad
para ver si el salón cumplía con las normas básicas de seguridad, precaución
innecesaria porque casi todos los invitados eran inmortales. Lo atendió Atenea,
por ser la responsable.
- Buen día- lo saludó con la
mejor sonrisa.- ¿Usted es el señor Leyrado?
- No creía que me recordara, si
la atendí hace diez años en Tribunales.
- No me olvido fácil de nada-
mintió la diosa.- Pase, por favor. ¿Le ofrezco algo para tomar, de comer?
- No, gracias. Veo que ha estado
haciendo arreglos- observó el señor Leyrado.- No sé para que me mandan pero
tengo que hacer un informe. Perdón… ¿y esos ronquidos tan fuertes?
- Ah, pase por acá muy despacio-
indicó Atenea.- Mire. ¿No son encantadores?- le preguntó, señalando a los doce
faunos que dormían amontonados en un rincón.- Lástima que sean un tanto
sexopatas.
-¿Qué son?- preguntó Leyrado,
asombrado.
- Faunos o sátiros, como quiera
llamarlos- explicó Atenea.- Llegaron ayer y ya los educamos un poco. Uno
anuncia quien llega, el otro lleva a los invitados a donde tienen que ir, y los
otros son los mozos.
- Que interesante.
-¿Me da unos minutos para
adecentarme?- le pidió Atenea.- Es que me tomó dormida.
- Sí, por supuesto- concedió
Leyrado, pero la diosa ya no estaba. “Pero si acá fue mi fiesta de casamiento”,
reflexionó, mirando para todos lados. “¿Será posible que me acuerde tan mal o
habrán redecorado? Ah, habrán redecorado, si eso fue hace veinte años.
Atenea volvió tan rápido como se
había ido, y le indicó que podía pasar. “Hemos estado ocupados, como ve, pero
nos faltan hacer muchas cosas”, le explicó de pasada. Leyrado vio las cosas que
habían puesto, algunas más chifladas que otras, por ejemplo, un espejo donde
uno se veía gordo (el espejo no estaba doblado) un minibar donde el barman era
una sombra que estaba dormida, y tres ventanas especiales; en una era de noche,
en la otra había tormenta, y en la otra nevaba,
a pesar de que en la vida real no pasaba nada de eso.
-¿No hay ningún dinosaurio suelo
en Palermo?
-¿Qué?- preguntó Leyrado.
-¿No apareció ningún bicho suelto
ayer?
-¡Ah! ¿Nahuelito? Lo vieron el
fin de semana pasado.
- Sí, de eso estaba hablando-
remendó Atenea.- Pusimos alarmas antiincendio. No creo que nadie se vaya a
quemar, pero es para apagar rápido lo que se prenda. Coincidirá conmigo en que
no nos hacen falta salidas de emergencia, porque ya sabe como entran y salen
los de nuestra clase, pero en el caso extremo de necesitarlas las creamos
nosotros. ¿Listo? ¿Cumplimos todos los requisitos?
Leyrado se internó en el lugar
mixto acompañado por la diosa. Caminó por el lago de los témpanos, y vio a las
sirenas durmiendo en las orillas. Se internó más allá del lugar mixto, y desde
la pendiente pudo ver casi todo. Allá muy lejos, en el horizonte, se veían con
esfuerzo los paredones de las fábricas vecinas.
-¿No parece “Crónicas de Narnia”?
Faltan la bruja y el ropero. Hay algún león, pero…
-¿Hay leones?- preguntó Leyrado,
severo.
-¡No, era un chiste!- se rió
Atenea, dándose cuenta de que casi había cometido un error.- Solo están los
faunos, que usted ha visto, las sirenas, y unos centauros que van a venir para
que nadie se meta. No hay lugares peligrosos en este bosque, pero se dará cuenta
de que si se mete alguien, se va a perder muy fácil.
Patricia fue con Oscar a su casa,
donde le dio ropa comprada previamente. Encontró sobre la mesa una invitación
como la que le había dado a Hades y Perséfone, pero era para ella. Que bien,
eso mejoraba su imagen de los dioses, porque por lo visto no la rechazaban por
haberse vuelto cristiana.
Finalmente el señor Leyrado se
fue prometiendo ser favorable en su informe, pero realmente Atenea le cambió la
memoria para que no dijera nada sobre los centauros, con la fama que sabían
tener, para que no hubiera cuestiones sobre la reunión. ¡No sería pequeño
problema si llegaban los dioses más importantes de la Tierra y se enteraban de
que la reunión había sido suspendida porque a los hombres les daba miedo un grupo
de criaturas para ellos extrañas!
-¿Ya se fue?- preguntó Hestia,
abandonando su disfraz de estatua.
-Sí. ¡Podrías haber ido a atender
vos, ya que sos la diosa del hogar!
- La diosa de los hogares que
tienen fuego, pero este no tiene- se justificó Hestia.- Aparte, no me gusta
mucho hablar con gente que no cree en una.
- Hay muchos que me tratan peor y
no hago tanto escándalo, Bestia- dijo Atenea juntando Hestia con Vesta, como
también se llamaba la otra.
- No me habías dicho que había
leones.
- Es por eso que llame a los
centauros, no vaya a ser que se salte algún ladrón y se lo coman. Desperta a
los faunos que tienen que practicar, no vaya a ser que nos hagan pasar
vergüenza.
-¡Buen día!- dijo Freya, saliendo
de una cueva que se había hecho en un témpano.- No salí antes para no darle un
julepe.
- Buen día- la saludó Isis
saliendo del bosque.- Ah, perdón, pero…- Apareció al lado de la cueva helada de
Freya y metió la cabeza.- No entiendo a algunas diosas. ¿Para qué dormís en un
témpano si tenes ahí adentro una cama muy grande con no sé cuántas frazadas,
una almohada de piel de zorro y cubrecamas de oso? Pensaba que te gustaba el
frío, como estabas ahí.
- Odio el frío, pero así me
siento como en casa, no sé si entendés.
- No.
Los preparativos siguieron con el
mismo entusiasmo del día anterior, pero ahora todos se ocuparon de la casa,
aplicando los mismos principios. Empezaron a partir de las piecitas más chicas
y las dotaron de enormes ventanales por donde se veían los viejos tiempos
donde, de día, cada divinidad movía cada nube o viento (antes de que Alguien
los expulsase y liberara a los elementos) y de noche, todo un bosque de
constelaciones cobraba vida y relataba un sinfín de historias olvidadas que no
estaban en ningún mito.
A todos les gustó la idea de Atenea
de hacer todo como una gran feria de las naciones. A varios escalones los
modificaron de forma que parecían los pisos de las pirámides mayas, eso si
venían los dioses de esos lados, porque no habían contestado las invitaciones.
Siempre habían sido algo orgullosos e impredecibles por lo que uno no podía
atenerse a nada con ellos. Algunas mesas ratonas fueron hechas con antiguos
sarcófagos egipcios (“los museos no van a notar nada”, alegó Isis), usaron las
copas consagradas a los dioses presentes para servir las bebidas (mediante una
abrochadura especial convirtieron dos copas largas en una coctelera) y para que
los dioses más alegres se entretuvieran, pusieron un ser mecánico cruza entre
caballo de Troya y barco vikingo para que se subiesen para ver cuanto duraban
arriba. Los faunos se ofrecieron para ser los responsables del guardarropa,
pero ningún dios cayó en la trampa porque solo querían desvestir a las que
llegaran. Pusieron máscaras africanas en las paredes para entretener a las
divinidades del mismo lugar, aunque algunos opinaron que no había que adornar
nada por ellos porque iban a hacerse los bonitos con “todavía tenemos fieles,
no como otros”. Zeus quiso colgar retratos de su padre Cronos y su madre Rea
(¿era tan rea?, bromeó Freya, y el dios casi le sacudió con un rayo) pero los
otros se negaron. La madre, vaya y pase, pero Cronos se había comido a todos
sus hijos apenas nacían, y Zeus había sobrevivido porque Rea lo sustituyó por
un mono, que Cronos se había comido sin mayor examen.
- Claro, no había nada de
diferencia- observó Isis, y Palas le dio una mirada de advertencia. Zeus, en
cambio, no dijo nada, y esto motivó el comentario “para mí que está caliente
con Isis”, dicho a Hestia por Afrodita.
Al turista le hicieron la
invitación y tuvo sus reparos, pero aceptó ir en compañía de los dioses
egipcios. Escribió a su familia (esposa, hijos, y nietos) y les informó del
nuevo destino que tenía. Se hizo muy pronto amigo de toda la cosmogonía
egipcia, incluso de Seth, porque Anubis contaba una y otra vez la historia de
la balanza.
Los dioses africanos, hindúes y
chinos se rieron bastante cuando se contaron entre sí la historia de las
invitaciones. Quedaron en mandar primero a los dioses más desconocidos para ver
los preparativos de cerca y sus posibles fallas, para sacarlas a relucir en el
momento oportuno.
Hasta-Nera y Si’güí llegaron al
aeropuerto de Ezeiza y se bajaron del avión, abandonando a sus anfitriones. Se
convirtieron en dos señoras recién llegadas de Mexico que le preguntaron al
primer taxista que las levantó donde quedaba el salón Princesa Carmesí. El
hombre solo sacó un revólver y les exigió todas sus cosas bajo amenaza de
muerte. Acto seguido se volvió pequeño como una hormiga, y la pata escamosa de
Hasta-Nera lo pisoteó. Las mexicanas resolvieron ir a un lugar para pedir la
guía telefónica o preguntarle a los presentes. Casualidad o no, entraron
ladrones y apuntaron a todos exigiendo lo mismo. Si’güí los miró fijamente y
les hizo dar tal ataque de risa que cayeron sofocados. Cuando vino la policía
(una hora más tarde) las señoras le preguntaron donde quedaba cierto lugar al
que querían asistir.
Los que pasaban por algunas
calles de la ciudad asistieron por la tarde a un raro espectáculo por la tarde.
Decenas de centauros pasaban por las veredas observando todo con curiosidad.
Algunos tenían armadura y casco, otros atuendos parecidos a camisas de cuero
marrón, y el resto no más vestidura que la piel. Las personas más graciosas les
decían “¡guau! ¡qué potro!” y se las tenían que aguantar por el asunto del
honor y todo eso, aunque no existía para ellos insulto peor que ser llamados
caballos o palabras parecidas. Moviéndose con majestuosidad mal disimulada
buscaron el salón Princesa Carmesí preguntando cortésmente a la gente, y al fin
lo encontraron. Lo miraron despectivamente, pensando para que los habían
llamado a cuidar ese lugar si era una porquería de chico, y tocaron la puerta.
Los atendió Isis, que usó una frase inoportuna:
-¡Ceres! ¿Estos no son faunos,
también?
Los centauros se sintieron
ofendidos y sacaron las armas listos para matarla (de haber podido) pero Atenea
intervino. Mandó a Isis a la primera tarea que se le ocurrió y procedió a
calmar a los centauros. Luego de cinco minutos de acalorada discusión acordaron
no hacerle daño por ser diosa pero que no los molestara mucho, y entraron a la
casa. Los verdaderos faunos los vieron y corrieron a esconderse porque les
temían, pero los centauros solo sintieron cierta curiosidad ante ellos y
ninguna intención malévola. Cuando llegaron al patio se quedaron sorprendidos y
temieron quedarse cortos con el número, porque el patio grande que se habían
imaginado se había vuelto “un bosque como los de antes”, según dijeron.
Escucharon las indicaciones de Atenea sobre que lugar debían vigilar y que
hacer con quienes intentasen entrar, y una vez entendidas esas cuestiones, se
fueron galopando alegremente.
-¿Los centauros no están en vías
de extinción’- preguntó Zeus.
- No, eso era hace quinientos
cincuenta años- le explicó Atenea.- Se creía que la unión entre hombre y
caballo tenía propiedades mágicas, por eso fueron cazados hasta que decidieron
esconderse a la espera de tiempos mejores. Me extraña que no supieras eso.
Después se escondieron en el bosque de Amazonas, donde le dieron el nombre al
río porque uno los vio y los confundió con mujeres a caballo.
-¿Cómo se animaron a salir
después de lo que los hombres les hicieron?
- Pensa, papá, pensa. Fue hace
cincuenta años que se animaron a salir. No eran los mismos centauros que se
escondieron, sino sus descendientes. Su mentalidad cambió, y la sociedad humana
también. Cuando se animaron a salir fueron bien recibidos, y nadie pensó en
hacerles nada.
- Lo que no entiendo es porque
los hombres piensan que un ser “extraño” para ellos tiene propiedades mágicas…
-¡Un accidente!- anunció Hera,
escuchando la radio mientras se ponía los ruleros. Todos los dioses fueron
corriendo a escuchar que Daniel López, de Radio Continental, informaba que
había chocado un taxi por suerte sin víctimas, porque unas sirenas que llevaba
se habían puesto a cantar y el taxista se había descontrolado.- ¡Serán boludas!
Les dije claro que no cantasen, porque cada vez que cantan es para cagadas.
-¡Falta que no nos dejen hacer la
fiesta culpa de esas minas!- se quejó Isis.- Tener que desarmar todo este
bosque y las pirámides, tan bien que me habían quedado…
- Espera; ¿no dicen donde se
llevaron a las sirenas? ¡Al acuario! ¡Hay que ser pelotudos, si cuando andan
fuera del agua pueden caminar! ¿Dónde queda el acuario?- dijo Artemis. Le dieron
la dirección, entonces sacó un celular y mandó un mensaje de texto.
-¿Tenemos que rescatar a esas
atorrantas?- preguntó Hermes, dios del correo y los ladrones, tumbado ante
varias botellas de cerveza.
- Sí, vamos a hacer eso. Si me lo
encarga mi hermanita querida, estamos arreglados.
-¿Vos y ella no…?
- No, para nada. Todavía se le da
por eso de la virginidad. Bueno, vamos. Son tres nomás, y hay que llevarlas al
salón que alquiló Atenea.
-¿Si? ¿Vas a ir a la fiesta?
- Creo que sí.
- Yo no sé. Nunca me he llevado
bien con ninguno de los otros países. Son agrandados o se deprimen de más. O
las dos cosas, como Odín. Por lo único que iría sería por las ninfas, pero dudo
que queden algunas como las que me gustaban. Tienen el ánimo decadente, como
nosotros, y seguro que preferirían suicidarse antes que seguir viviendo esta
vida.
-¿Por qué no lo hacen?- preguntó
Apolo.
- Porque están aprendiendo a
vivir de migajas, como nosotros, como todos. ¿Dónde queda el acuario?
- Ya estamos ahí- dijo Apolo, y
Hermes se vio en un lugar distinto de donde estaban recién.
-¿Y la cerveza?
- No importa la cerveza. Si
queres, después seguí tomando, pero ahora tenemos que llevar esas sirenas- le
indicó Apolo, y le sacó la resaca de una caricia en el hombro.
- Lindo. No se me pasó del todo.
Seguí - dijo Hermes, mirando para otro lado.
- No tengo tapones para los
oídos. A ver si se ponen a cantar…
- Somos dioses. No precisamos.
¿Te acordas? Escuchá. Es su canto de defensa- aclaró Apolo. Efectivamente se
escuchaba algo claro preciso y luminoso que se hallaba a dos o tres paredes de
ellos. Fueron silenciosamente y se encontraron con seis guardias de seguridad
que se manoseaban frenéticamente entre sí mientras las tres sirenas, vestidas
con túnicas ajustadas y escamosas. Al ver a los dioses interrumpieron el canto,
pero los guardias siguieron con su tarea y empezaron a sacarse la ropa.
-¿Qué hicieron?- les preguntó
Hermes, severo.
- Defensa personal- acotó
rápidamente una de las sirenas.- Quisieron violarnos. Nos trataron de perras, y
ahí fue cuando nos chiflamos y empezamos a cantar.
- Bueno, vamonos de acá que ya
bastantes líos hacen los hombres con cada cosa que se supone que hacemos…
¿Pueden hacer que estos se olviden, no?- preguntó Apolo.
-¿Y ustedes no pueden?- desafió
una sirena.
- La única que puede hacer eso es
Atenea, para tu información. Nosotros no podemos.
-¿Qué les hacemos?- suspiró una
sirena.- ¿Qué se olviden, o que crean que pasó otra cosa?
- Que ustedes se fueron y que no
las pudieron parar- ideó Hermes y de golpe se rió.- Como estaban muy aburridos
empezaron a manosearse.
-¿Por qué no se nos ocurrió
antes?- dijo la tercer sirena, y empezó a cantar de otra forma, desafinada y
confusa. Las otras la siguieron y cantaron de una forma tan horrible que los
dioses se taparon los oídos. Los guardias interrumpieron su orgía unos
instantes y después la siguieron cuando las sirenas se callaron.
- Ustedes vayan yendo- indicó
Apolo.- Tengo que fijarme algo.
- Se queda para unirse a la
orgía- se rió Hermes.
- Está bien, voy con ustedes- refunfuñó
el dios.
Las tres sirenas llegaron pocos
segundos después al salón Princesa Carmesí acompañadas por los dioses. Lo
primero que preguntó Hermes fue en que lugar guardaban la cerveza.
-¡Ay, nene, ni que estuvieras
desesperado!- se indignó Ceres, hizo crecer cebada, y la exprimió dentro de una
botella.- ¡Toma, y a ver si te calmas de una vez!
-¡Gracias, Ceres!- dijo Hermes, y
se vació la botella.
- Aquí están las sirenas- anunció
Apolo. Hera salió de la cocina, lista para reprenderlas, pero las tres
avistaron el lago del patio y sin hacer preguntas se sacaron la ropa y
corrieron desnudas a zambullirse adentro, donde sus piernas se volvieron colas
escamosas y su cabello se tornó salvaje.
-¡Sirenas y basta, confianzudas
como ellas solas!- se quejó Atenea.- ¡Ni permiso pidieron!
- Nosotros nomás las trajimos. No
tenemos nada que ver- dijo Hermes, un tanto beodo.
- Soy un fracaso- dijo Apolo, y
se fue al patio sin decir más.
- Ustedes ni buen día ni nada-
dijo Zeus.- Entran acá como Pancho por su casa y no saludaron porque son los
más atorrantes del Olimpo.
- A mí no me decís nada porque
Ceres y Apolo me pusieron en pedo entre botellas y cebada. Es que los dos se
quieren acostar conmigo, más Apolo, que es medio trolebús- explicó Hermes, ya
borracho del todo.
- Cuando llegó no estaba así-
dijo Ceres.- Sí, le hice un poco se cerveza pero no fue para tanto.
Apolo se sentó a orillas del
lago, sin extrañarse del extenso bosque en el pequeño patio, suspiró y se puso
a llorar. Las sirenas se sintieron atraídas por su llanto y se acercaron a
consolarlo, pero Freya fue quien le habló:
-¡Epa! ¿Qué le pasa a Apolo, el
rey de los samputas?- Apolo la miró dolorido pero cambió la cara:
-¡Hola! No te había visto.
- Vine ayer. ¿Qué te pasa, que
andas llorando?
- Pavadas. Es que… le saqué la
borrachera a Hermes y le volvió casi al instante. Mi cura no duró ni cinco
minutos.
-¿En serio?
- Sí. Me pregunto si no está
cumpliéndose la maldición que una mujer me tiró antes de que la matase por eso.
Me dijo que los dioses acabaríamos volviéndonos humanos y nos perderíamos en el
olvido. ¡Qué lindo destino!- se lamentó Apolo secándose las lagrimas.
- No te vas a preocupar por eso.
¿Hace cuanto que la mataste?
- La semana pasada.
-¿Eh? ¿Acá? ¿La mataste acá, en
la ciudad? ¿Por qué lo hiciste?- se espantó la diosa. Apolo la miró con desdén.
-¿Y qué si la maté? Quise
acordarme de cuando podíamos hacer eso sin que nadie nos dijera nada. Es más,
hasta nos levantaban templos para que nos calmásemos. ¡Ahora somos nosotros los
que tenemos que andar con cuidado para que ellos no se enojen!- gritó Apolo,
tiró una piedra, y casi desnucó a una sirena.- ¡Perdón! Pero la cuestión es que
nuestros poderes están yéndose- se entristeció.
-¡Vamos, che, no es para tanto!-
lo alentó Freya.- A todos nos pasa. No se acaban los poderes. Uno solo tiene
estrés.
-“Estrés divino”, habría dicho
Homero- se rió Apolo.
- Él mintió tanto sobre ustedes
como lo hicieron las Edas sobre nosotros- sonrió Freya. Las Edas eran una serie
de poemas por las que los hombres sabían la historia de los dioses nórdicos, ya
que nunca se les había ocurrido ir a preguntarles a los dioses mismos.- ¿Queres
ver el atardecer?
-¿El atardecer? Todavía no son
las doce.
-¿Eso que importa?- le preguntó
Freya, e hizo venir la tarde. El sol se escondió , y con la creciente oscuridad
las ramas de los árboles se volvían oscuras pero después se iluminaban al son
de la música de las hadas. Un centauro arquero pasó por un camino cercano e
hizo un saludo con la cabeza que los dioses devolvieron y desapareció con un
trote fuerte. Las ninfas en general salieron de sus escondites para correr,
saltar y huir de los faunos, aunque ellos solo estaban entretenidos en hacer
música con instrumentos basados en ramas livianas y trapos que les había dado
Atenea. Afrodita pasó por ahí, miró para todos lados sin ver a los otros, y
pateó el suelo. La tierra tembló, y allá en el horizonte, al lado de las fábricas,
surgió una gran montaña con un punto de resplandor en la cima.
-¡Una copia del Olimpo!- exclamó
Apolo.- ¡Es audaz, esa turra desobediente! Se supone que no puede hacer eso
porque es la diosa del amor. Pero no parece el Olimpo.
- No te apures a reprenderla
porque estamos viendo el futuro. ¡Mira allá, quien va a venir!- exclamó Freya,
señalando el lago. Apolo vio que el agua se movía como llevando un peso
invisible. Alrededor del hueco había olas que estallaban solas y raras
corrientes. Se fue haciendo visible un carro de coral tirado por caballos de
agua. Alrededor iban sirenas oceánicas y sátiros marinos anunciando con cuernos
la llegada de Poseidón y su esposa Anfitride.
-¡Freya! ¡Apolo! No los he visto
en todo el día y eso que los busqué- exclamó Atenea.- Vengan para acá.
-¿No estábamos de visita en el
futuro?
- A veces pasan estos errores.
Nos salteamos medio día sin querer. Es por el estrés, ya te dije.
-¿Qué estrés podes tener vos?- se
rió Apolo, y los dos fueron a ver que quería Palas Atenea.
La prensa porteña, si se enteró
de que iba a haber una reunión de dioses, no le dio nada de importancia, no le
dio nada de importancia, pero se corrió el rumor por toda la ciudad a causa de
los que vieron las cosas que se vieron. Un hombre de avanzada edad casi sufrió
un infarto al ver un dragón cruzando los aires cargado de personas vestidas de
rara manera, y los encargados del puerto vieron que de los barcos salían
extraños personajes, comenzando con los centauros el día anterior y siguiendo
con otros extraños personajes y lo que hacían, como por ejemplo el lobo Fenris,
de los dioses nórdicos. Según los mitos, cumplía un funesto papel porque era el
que devoraría al dios Odín durante el fin del mundo. Eso no era verdad ahora,
porque si bien había sido creado para eso, una vez había agarrado al dios Loki
en un mal día, y este por poco lo había matado con las sacudidas que le había
pegado contra las paredes, las montañas, los glaciares, en fin, contra todo lo
que vio, y después de semejante golpiza, el lobo Fenris no sabía en que lugar
estaba parado, y se había puesto tan manso que los enemigos de los dioses lo
habían desechado como arma. Bueno, en el puerto casualmente pasaba paseado por
Hades el Cancerbero, perro guardián del Infierno griego. En cuanto se cruzaron,
los animales se trenzaron en una pelea fenomenal. Los gruñidos y los golpes
sonaban como choques de autos y asustaron a los presentes. Fue un milagro que
no mataron o mordieran a nadie, porque en la trifulca voltearon puestos
ambulantes, hicieron saltar algún ladrillo flojo, dieron vuelta un auto, y
tiraron algún equipaje. Hades trataba inútilmente se separarlos con gritos y
ordenes hasta que los animales lo hicieron chocar contra un barco y lo tiraron
al mar. Si alguien pensaba en denunciarlo por el destrozo que habían armado
“sus” perros, cambió de idea. El dios saltó de nuevo al muelle hecho una furia
y se convirtió en un animal más grande y fuerte que los otros dos y los atacó
con mayor fuerza y ferocidad hasta que gimotearon pidiendo clemencia. “¡Ahora
los dos se van sin parar hasta lo de Palas y no pelean!”, gritó, volviendo a su
apariencia normal. “Disculpen los inconvenientes”, les dijo a los que habían
visto eso, arregló todos los desbarajustes que habían armado el perro y el
lobo. Acto seguido, los agarró y desapareció antes de que los pudieran culpar
de lo que había pasado.