martes, 28 de octubre de 2014

Libro Nuevo, je.

Bueeeenas, perdón por haber tenido abandonado este blog tanto tiempo, es que tuve muchas cosas que hacer y lo había dejado de lado. Espero que disfruten lo que aquí les les traigo, la continuación de "Reunión de Dioses", llamado


Los secretos de los dioses.


Capítulo I: Consecuencias del último papelón.


La ninfa Aylno se despertó a las seis y media de la mañana. Vivía en el campo que había heredado de Gabriel Sánchez, su benefactor, quien la había defendido de los que la acusaban de actividades inmorales por el tipo de ser que era. Se preparó unos mates amargos y se los tomó con galletitas, mirando como el campo se animaba poco a poco. Los perros, unos holgazanes, estaban durmiendo con la lengua afuera como si hubieran hecho mucho. Era verano, claro, pero eso no quitaba el hecho de que quince días antes unos ladrones se habían llevado gran cantidad de lechones y ellos no habían ladrado nada. Menuda sorpresa había tenido cuando les llevó comida, y, en un corral donde había veintitrés cerditos, solo estaban los seis más flacos. Eso indicaba que habían tenido tiempo de elegirlos. Un detalle que hubiera resultado cómico era que los animales tomaban agua en dos bebederos cuadrados y sabían volcar la mitad del líquido, por lo que tenían barro alrededor. Los ladrones habían dado vuelta uno de los bebederos para apoyar el pie y dar el saltito a donde no había barro. Ningún perro había reaccionado. “¡Haber tenido acá uno de los cachorros de Fenris y Cancerbero, eso no hubiera pasado!”, refunfuñaba Aylno.
De su benefactor, ella había aprendido cosas de campo, filosofía, albañilería, y varias cosas. No mantenían nada sentimental o sexual, solo la relación entre protegida y protector. Había decidido comportarse como mujer porque estaba cansada de todos esos siglos de mala fama, pero no sabía por donde empezar porque lo único que sabía hacer era cantar y bailar desnuda, y eso limitaba en cierta medida sus posibilidades laborales. Hacía nacer flores en vegetales que no las tenían, pero tampoco era una ocupación muy práctica. Gabriel le había enseñado a leer y escribir, con cierto esfuerzo, porque Aylno estaba acostumbrada a un sistema de vagos signos que cualquiera podía entender con solo mirarlos. Le había resultado más que difícil tener que amontonar una por una algunas de las veinte y tantas letras para que significaran algo. Había llegado a proponerle favores íntimos a su benefactor para que la liberara de esa tortura, pero Gabriel se había mostrado inflexible. Ahora que él ya no estaba, Aylno pensaba que hubiera estado bueno que le enseñase computación, solo para hacerle doler la cabeza un poco más.
-¿Qué tengo que hacer?- se preguntó, ya en el chiquero.- ¡Ah, darle agua a los chanchos! ¿Por qué no sale nada de las canillas?
-¡Mierda y la puta que las parió a todas las vacas del universo!- exclamó rato después, al ver que los vacunos habían roto los caños de un bebedero durante la noche y que los treinta mil litros del tanque australiano que tenía al lado de la casa se habían ido. Decidió que mejor hubiera sido tener a la familia completa; a los cachorros de Fenris y Cancerbero para los ladrones, y a los padres para que se comieran a las vacas.

La última fiesta que habían organizado los dioses había terminado en un tremendo desastre.
Aylno no había ido en esa ocasión, y bien que lo agradecía. Las maravillas escuchadas sobre la fiesta (las pirámides, la gran montaña, los grandes bosques, incluso la aparición de dioses que reclamaban derechos que habían perdido hacía mucho) no opacaban el hecho de que casi todos los dioses asistentes habían sido convertidos en hombres, o al menos en seres parecidos en cuanto a capacidades y aspecto, y habían sido puestos tras las rejas en medio de confusas situaciones. Según era el comentario, en las cárceles había tenido lugar una desacralizada general de divinidades. Algo que no le quedaba muy claro a la gente era como Circe había conseguido hechizar a los mismos dioses. Era muy poderosa, de eso no había duda, pero en teoría sus poderes no se equiparaban ni a la divinidad más humilde. Se planteaban lindos interrogantes. ¿Había sido una patraña de los dioses para burlarse de la sociedad, como decían los diarios y algunas publicaciones católicas? ¿O, cómo creían muchos, los dioses iban perdiendo los poderes con los que habían regido a la humanidad antes de que Dios los expulsara de sus tronos? ¿O acaso una degeneración genética en organismos tan complejos, como creían algunos científicos?
Las organizadoras de la Reunión, Palas Atenea e Isis, habían tenido muchísimo trabajo rescatando a los dioses y resarciéndolos por las molestias causadas. Al principio no tenían pensado hacerlo ya que las dos estaban de vacaciones, pero se dieron cuenta de que quedarían mal paradas. Aún yendo de una comisaría a otra instantáneamente, diferenciar a los dioses de los presos comunes les resultó bastante difícil. A Circe la dejaron, sin embargo, para que aprendiera, total tendría bastantes poderes para salir de ahí en cuanto se le pasara el efecto de su propio hechizo, que la hacía parecer una prostituta con las venas hinchadas por la droga. Con la ambrosia no se juega, habían decidido los dioses, hubieran descubierto como se fabricaba y ahora hasta se vendiera con el nombre de dulce de leche.

-¿Todos los dioses ofendidos?- preguntó Aylno.- ¡Si Circe tuvo la culpa!
-¿Te pondrías a pensar quien tiene la culpa si sos un dios y te ponen en una cárcel para hombres?- le preguntó Seccuta, una ninfa amiga que fue ese día a visitarla.
- Pero ya pasó un tiempo… ¿no ven que las diosas no tuvieron nada que ver?
- Sí, pero como todo estaba medio desorganizado, y el lío con esos dioses que aparecieron… Fue una fiesta caótica.
-¿Se ha vuelto a saber de los Indeseables?
- Se han quedado en sus casitas. Ni siquiera les debe haber dado alegría saber como terminó la fiesta. Están todos peleados. Cuando sus fieles les rinden culto, no aparecen todos juntos, como antes. Les debe convenir, porque como sus fieles quieren que lo hagan de nuevo, les dan muchas más ofrendas, y el dios que llega primero se lleva todo.
-¿Cómo, todos juntos? ¿Asiáticos, africanos, chinos, todos juntos?
- Aylno, sabes que es una forma de decir, ¡no me hagas hablar de gusto! No están todos juntos los de distintas religiones en ocasiones tan formales. Para los que tienen fieles sería como tirarse tierra encima- concluyó Seccuta frotándose las manos entre las rodillas.
- Me dan lástima los dioses que ya no tienen fieles. Tendrían que haberse retirado sin hacer ruido desde el principio, resignarse a que ya no tienen una religión que los represente.
- Hablas así porque solo sos una ninfa como yo, un hada de los bosques, pero ponete en el lugar de ellos. Cualquier cantidad de tiempo mandando sobre el mundo y ahora…
-¿Con cual estás de novia?
-¿Eh? ¿Por qué decís eso?
- Esa sortija que tenes.
- Bueno… De novia no. El otro día no sé por donde andaba, apareció un dios y sin previo aviso se casó conmigo- confesó Seccuta con cara de consecuencia.
-¿Se casó con vos? ¿Quién fue?
- No sé, pero parece que es su entretenimiento. Te encuentra, se casa con vos, y después se desentiende. Por lo menos no hizo como hacían otros que no se casaban pero te dejaban embarazada.
-¿Tiene fieles?
- Espero que no. Llego a ser la mujer de un dios con fieles, la gente me veneraría pero también me pediría cosas.
- A buen puerto van por leña- se rió Aylno.
-¡No soy tan amarrete! Por lo menos no soy como vos, que dicen que encontras cosas antes de que las pierda el dueño y que las guardas en tu casa para que no se extravíen.
- Esa época ya pasó.

El Salón Princesa Carmesí había tenido que ser clausurado por las constantes peregrinaciones de curiosos que revisaban todo a ver si había quedado algo de la reunión, algún pedazo de túnica, algún adorno mágico, algún fantasma que se hubiera quedado dando vueltas… Era en vano explicarle a la gente que los dioses nunca se olvidaban de nada y que no había quedado nada fuera de lo común. El lugar había vuelto a ser el aburrido lugar para eventos, aunque ya no estaba tan ocioso. En esos cinco meses se habían celebrado setenta y cinco casamientos, cuarenta fiestas de quince, cincuenta fiestas para bebés, dieciocho bailes de egresados y catorce fiestas de reencuentro de viejas promociones. A todas esas personas les daba un simpático morbo estar en el mismo lugar donde habían estado los seres tanto tiempo prohibidos y perseguidos por la Iglesia Católica. Perseguidos, claro, pero sin poder alcanzarlos, mitad por temor y mitad porque siempre conseguían escabullirse.
Podía leerse en cualquier libro especializado (y que fuera neutral, porque había libros que estaban muy en contra de los dioses, y otros demasiado a favor al punto de considerarlos los verdaderos dioses del mundo, ya sea desde el punto de vista religioso y científico). A partir de la muerte de Cristo en la cruz, con la expansión del cristianismo, y por algo que les impedía aparecerse (según los dioses, el nuevo Dios no se los permitía), los susodichos habían perdido espacio, y muy pronto cambiaron de adorados a perseguidos, impotentes ante la situación. Sus templos fueron destruidos, sus estatuas derribadas, y sus sacerdotes y fieles fueron muertos o convertidos a la nueva religión. Durante los siguientes mil años estuvo prohibido hablar de ellos, y más que ninguna otra cosa, hablar o comerciar con ellos. Varias personas fueron condenadas a muerte bajo esos cargos, porque no había que volver a esos tiempos tan oscuros y supersticiosos en los que, según los jerarcas eclesiásticos, esos secuaces del Mal recorrían de día los caminos bajo el aspecto de buenas personas para alejar a los hombres de la senda correcta, y de noche participaban en orgías subterráneas. Durante la Edad Media la situación fue muy confusa, porque se reprimía con mayor dureza, y a la vez el trato con los seres míticos aumentaba y los prejuicios iban siendo dejados a un lado. Quizás por eso la artillería religiosa iba en aumento. Sin embargo, muchos historiadores aclaraban que había fundados motivos para semejante ofensiva. No eran pocos los casos en los que tropillas de centauros atacaban poblaciones aisladas en nombre de tal o cual dios, o que las ondinas (hijas de Odín, según las creencias) hacían hundir los barcos. Las momias salían por la noche a raptar vírgenes, en tanto que el basilisco (un repugnante lagarto con cabeza de gallo) salía a matar gente de un infarto mirándola a los ojos, no por su fealdad sino por ser su cualidad más notable. También había muchas hipótesis sobre si esos ataques eran enviados por los dioses o simplemente eran las criaturas míticas que se organizaban para hacerlos. Era una rareza y una suerte que a la serpiente Jormungard no se le hubiera dado por hacer maremotos.
Mas allá de esas cosas, a finales del siglo XVII el Papa Alejandro VII emitió un edicto polémico según el cual, a pesar de que no era aconsejable tener trato con ellos, los dioses y sus criaturas no eran demonios, que lo que más se podía decir de ellos era que estaban en pecado pero que no eran los proveedores y/o instigadores del mismo, o sea, que eran criaturas del Señor como cualquier otra. Este edicto provocó protestas; por un lado se quejaron los que creían que eran definitivamente criaturas diabólicas, y por el otro los que se aprovechaban de que los centauros estaban mal vistos para cazarlos y extraerles la unión entre hombre y caballo.
Aún cuando la Iglesia había dado los primeros pasos tolerantes, no iba a ser tan fácil borrar 1700 años de mala fama. Lenta y dificultosamente los dioses intentaron integrarse a la sociedad. Las criaturas míticas también. Por ejemplo, unas nereidas y unos sátiros marinos viajaron hasta las costas argentinas acompañados por caracolas y grandes hipocampos, y posaron para la escultura Lola Mora, quien realizó la obra “La fuente de las Nereidas”, para escándalo de la pacata sociedad porteña.

Según le habían dicho a Aylno, algunas cosas habían cambiado desde la última reunión, y como eran cosas relacionadas con los dioses, no podían más que ocasionar quejas de los hombres. ¡Los hombres, también…! Los noticieros habían mostrado notas realizadas a criaturas mitológicas que afirmaban haberse vuelto cristianas porque sus dioses las habían defraudado. Esto había desatado por centésima vez la misma controversia. Por ejemplo; las sirenas y los centauros, ¿tenían alma? Más allá de lo que decían ambos bandos, que no eran imparciales, era una cuestión muy importante… para algunos racistas, pero en líneas generales tenía la misma importancia que el sexo de los ángeles, que siempre se habían negado a aclarar las dudas sobre esa cuestión.
Por otro lado, mayores quejas se habían elevado porque la montaña y el extenso bosque creados en el patio del Princesa Carmesí habían aparecido imprevistamente entre Francia y África, cambiando drásticamente los mapas y obligando a actualizarlos. Los dioses africanos habían sido parte de los Indeseables, el grupo de dioses con fieles que se burlaban de los que no tenían, y a causa de la espantada final que les había dado Atenea, ni se atrevían a meterse ahí. Ellos tenían fieles, pero todavía les daba vergüenza haber hecho grupo con aquellos que no los tenían. A lo sumo, cuando alguien les pedía permiso para entrar en ese bosque, le indicaban que era territorio peligroso. Muchos querían indagar que había pasado entre los dioses de Egipto y los otros, si se habían distanciado por la diferencia de fe obtenida o por otros asuntos.
Hablando de otros asuntos, la gente también se quejaba porque creía que había sido un signo de rebeldía mayúscula de los dioses antiguos poner ese bosque ahí sin permiso divino. Ellos retrucaban que el permiso había sido obtenido, pero el Vaticano no informaba de ningún signo obtenido como confirmación, y esto último les daba pie a los que creían que Dios no existía.

Aylno también tenía amigas humanas. Le gustaba que le hicieran preguntas, para aclararles y a la vez oscurecerles las dudas que ellas tenían sobre los dioses.
-¿Por qué los dioses hablan así?- le preguntó su vecina Liliana, a la noche.
-¿Cómo? ¿Te referís a porque no habla cada cual en su idioma?
- No, sé eso de que hablan en un idioma que todos entienden. Yo digo sobre la forma de hablar.
-¿Cómo? ¿Qué forma de hablar tienen?
- Como vos. ¡Hablan muy a lo argentino! Mi prima se cruzó con un dios y me contó que si no andaba de túnica no se daba cuenta de que lo era.
- Nos tuvimos que adaptar. Nuestro poder de adaptación es más grande que el de ustedes. En menos de diez años cambiamos nuestra forma de hablar. No sabes como se reían al escucharnos como practicábamos el che y el vos. Debíamos sonar como esos actores de otros países latinos cuando se quieren hacer los argentinos.
-¡Qué difícil les habrá resultado!- se maravilló Liliana.
- Lily, muchos tuvieron que pasar de ser poderosos a ser intrascendentes. ¿Cómo no les iba a resultar fácil cambiar la forma de hablar?
- Pero me han dicho que hasta en otros países los dioses hablan a lo argentino…
- No digas que yo te dije, pero desde que tuvimos que venir acá y adaptarnos, se corrió la fama y la forma de hablar de ustedes pegó fuerte en todo el mundo.

Aylno se acostó bien temprano. No tenía televisión, y solo ocasionalmente escuchaba la radio. Mejor. En la televisión puras pavadas y en la radio malas noticias. Para dormirse cuando antes tenía algo infalible; un juego electrónico de mano sobre un buzo que debía llevar un tesoro a la superficie y tenía que pasar por lo de un pulpo. Esa noche dormiría a pierna suelta sin importarle si ladraban los haraganes que tenía por perros; Seccutta le había dado algo con lo que había rociado a los lechones que le habían dejado. Si volvían los ladrones, los lechones iban a estar demasiado hambrientos. Claro, el día siguiente debería limpiar la sangre para que nadie sospechara.

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