Los indeseables presenciaron la
paliza que la Pachamama
le propinó a Eloik y coincidieron en no hacerla enojar y tenerle más respeto
que antes, y en que había más motivos para burlarse de su derrota y ser
“esconde-dioses”, y de Atenea e Isis, porque habían presenciado la pelea.
-¡Al fin, esta fiesta de los
fracasados ha sido bastante productiva! La gracia de este tipo de reuniones no
es lo que hay preparado sino los errores e imprevistos.
-¡Bien dicho! Realmente, no saben
hacer otra cosa que errores. No me extraña que hayan sido destronados.
- Tal vez el “otro”, como le
dicen, se cansó de mantenerlos o algo por el estilo. ¿Por qué tardó tanto en
expulsarlos?
- No le servirían más.
-¿Debe ser por eso? Por lo que he
escuchado, no precisa de nadie para hacer su voluntad.
-¡Tonteras! Todo dios precisa
ayuda, no importa que importante sea.
- Dicen que siempre ha existido,
aún desde antes del comienzo del mundo.
-¡Y seguimos con eso! Si es tan
poderoso, ¿por qué nunca se nos ha aparecido? ¿Por qué no nos ha destronado
como a esos? La respuesta es que con esos debiluchos pudo pero con nosotros no
porque somos más fuertes que él.
Quien dijo esto de pronto empezó
a balbucear sin articular palabra, con ojos iluminados por el más puro asombro
terrorífico. Los otros lo tocaron y notaron que estaba frío como el hielo, y
empezaban a alarmarse hasta que volvió en sí con la boca temblorosa. Ante las
repetidas preguntas, se dedicó a criticar fervientemente a los que no tenían
fieles. Al poco rato se quebró y confesó que el Otro se le había aparecido, no
enojado pero casi, y le había dicho que Él era el Fin y el Principio, el Alfa y
el Omega, y que no había que hablar de Él tan a la ligera. Después se retiró
para pensar un poco, y los otros siguieron hablando sin preocuparse demasiado
por lo que le había pasado.
Ceres aún estaba temblando por el
ataque de los dioses “atlantes”, por eso no se preocupó mucho por una pregunta
de Situr.
-¿Ceres, estás bien?
- Sí.
-¿Te puedo preguntar algo sobre
ese asunto de los romanos?
- Sí- se resignó la diosa.
-¿Por qué todavía te haces llamar
Ceres como en Roma, si tu nombre real es Demeter?
Ceres se rió y se olvidó de su
temblor.
-¡Es por estos argentinos!
¡Maldito sea el idioma español! Cuando llegué acá me hacía llamar así, pero los
degenerados empezaron a burlarse.
-¿Por qué?
- Decían que yo era fácil
“de-meter”. Me sentí como cuando hacen chistes verdes con nombres japoneses.
-¡Qué desgraciados! ¿Cómo
entiendo ese juego de palabras si yo no entiendo español?
- Todavía sos dios, Situr. Tenes
el don de entender todos los idiomas sin que te resulte extraño. Disfrutalo,
que mañana o pasado volverás a ser humano… y viejo.
-¡Sos bruja!- se rió Situr.- ¿Por
qué no se te ocurrió otro nombre?
- Me hice esa pregunta un montón
de veces. Por haberme puesto el nombre de cuando me hacía la romana (me
arrepiento sinceramente de eso) todos me trataron de rebelde, contestataria,
porque todos estaban escandalizados por ese asunto y no podían entenderme. ¡Y
yo a la que no entiendo es a la gente! En Grecia hicieron todo el escándalo, y
en Roma, donde estaban los engañados, nadie dio mayor opinión sobre el asunto.
¡Son estúpidos!
-¿Qué pasa con Isis y Atenea?
Están enojadas…
- Ni idea. Sé que pelearon pero
no porque, ninguna quiso decir nada, y eso que he tratado de averiguar…
Quien estaba preocupado era Loki.
Por un rato las ideas malignas se le habían ido de la cabeza y ahora estaba
ocupado con la dama del lago. Algo en ella lo intrigaba, porque era de una
belleza exótica y corriente a la vez, que lo intrigaba a la vez que lo repelía.
Era sinuosa como una serpiente y común como una vendedora de ropa de pueblo
chico. Su mente estaba desviada a lo que le haría si la encontraba fuera del
agua y sin ropa.
-¿Queres un jarrón, Skadi?-
preguntó Odín.
-¿Ahora me tenes en cuenta?-
preguntó la diosa, malhumorada de pronto.
- Es Heimdall. Lo volví jarrón
por haber desempolvado lo del ojo.
-¿Qué gracia tiene que me regales
un pariente?
-¡Eh, hija! ¿Qué te pasa?
- Nada, como siempre- dijo Skadi,
enojada, y se fue.
-¿Qué le pasa?- le preguntó un
fauno a un dios.
- Ella ha sido siempre la
inconformista de la familia. Buena chica, pero inconformista y rebelde.
-¿Eso no es malo?
- Sí, porque la mitad del tiempo
no se lleva bien con nadie.
- He sentido que en realidad
nadie le hace caso en nada, y eso la pone mal. Hubo un tiempo en que fue
fabuladora y engañera, y se corrigió, pero a los otros le ha quedado mala
imagen- dijo la diosa Fiura, tambaleándose por la resaca del vino griego.- ¿En
serio habrá convertido a Heimdall en un jarrón?
- Hola, Fiura- la saludó Odín.-
¿Un jarrón?
- Me pareció más lindo lo de
viajar por el mundo adquiriendo sabiduría que cambiar el ojo por ella- observó
la diosa y se fue, rechazando el adorno. Odín lo pensó un poco, se rió, y tiró
el jarrón al suelo. Los pedazos se pusieron en forma de armadura, y de ahí
salió Heimdall, también mareado por el vino. “¡Y más vale que no cuentes que
Thor tiene más de un martillo!”, le susurró, preguntándose donde estarían Thor
y Freya.
-¿Qué pasó, Madre-Tierra-Agua?
¿Dónde están Hasta-Nera y Si’güí?
- Ya vendrán. No pudimos
recuperar a los sobrevivientes.
-¿Se quedarán con los
terrestres?- se espantaron los otros.
- Sí.- La diosa tomó aliento
mientras se humedecían sus últimos granos de barro.- Esta será la última vez
que vamos arriba. No tenemos nada que hacer allá- resopló, y se hundió en el
fango para siempre. Lo último que quedaba de la soberbia arquitectura de
Aislsost Nai cedió y se desmoronó, dejando a sus dioses en la inmensa soledad
del lecho marino, excepto el templo de estilo maya que estaba levantándose
lentamente hacia la superficie.
La ninfa seguía su curso normal,
pero Nadiade estaba que caminaba por las paredes porque se demoraba el concurso
de tiro al blanco. Era la única posibilidad de que apareciese Eco (o Patricia
Equiróz, para los hombres) para ver que cara ponían los dioses.
Mientras esperaban el concurso,
varias personas se dedicaron a explorar el bosque. Los Indeseables se
dividieron en grupos de dos para buscar posibles errores y publicarlos a viva
voz, aunque el error lo cometieron ellos porque se perdieron al poco andar
entre las pirámides de Isis, la mina de oro de Freya y la gran estatua de Palas
Atenea, perdida en la Grecia
antigua. A decir verdad, quien la había “perdido” era la propia Palas, quien
había reemplazado el oro que recubría la estatua por un material idéntico pero
más liviano, causando acusaciones de robo entre los hombres de esa época, y
después había robado la estatua completa porque se le había antojado. Los
hombres no hallaron lógica en que una diosa robase su propia estatua, por lo
que se desencadenó una sangrienta búsqueda ahora olvidada por la historia.
- Espero que los periodistas no
lo digan, sino, chico el juicio- pensaba Atenea al pie de su escultura.
- Tenes razón. Éramos populistas.
Atenea se sobresaltó. Quien había
hablado era Isis, que estaba a su lado mirando la estatua.
- Era la única forma de mantener
unido a ese pueblo haragán. Salieron adelante porque nosotros los ayudamos, les
dimos líderes que regalaban cosas para asegurarse su lealtad y su obediencia.
- Al fin lo reconocen.
- A ustedes ahora les toca
aceptar que eran imperialistas, engañeros, y ladrones- serruchó Isis.
-¡No somos ladrones!- dijo
Atenea.
-¿No? ¿Esta estatua de donde
salió? ¿Y los restos del Kraken, que estaban bien guardados en un museo? ¿Y el
cajón donde estaban los restos de Osiris?
- Esos no fuimos nosotros-
replicó Atenea, enojada de nuevo.- ¿Por qué no le preguntas a tus momias? Buena
fama tienen. Después la gente le echa la culpa a los ladrones de tumbas.
- Vine acá a pedir disculpas, no
a pelear.
-¡Menos mal!- ironizó Atenea.
-¡No te hagas la ofendida si
todos los dioses se rieron de eso! Los de la India …
-¡Los de la India ! ¡Qué novedad! ¿Cuándo
no se ríen de nosotros? Los otros puede ser que también se hayan reído pero
ninguno cometió la falsedad de mandarnos cartas apoyándonos.
-¡Te dije que a las cartas las
escribieron Horus y Ptha! Ellos no fueron falsos. Se preocuparon realmente a
pesar de que todos los demás nos burlábamos.
- Menos mal que viniste a
disculparte. Callate porque cada vez la embarras más.
- La diplomacia nunca fue mi
fuerte.
- Entonces… ¿para qué viniste a
visitarme? ¿Para reírte de que trabajo de incógnito en un supermercado?
- Tenía curiosidad por ver como
estabas.
- Estaba bien, y mejor sin vos.
-¿Mejor sin mí? Cuando te avisé
por el portero eléctrico que era yo casi no te daban las piernas para venir a
recibirme. ¿Era de chupamedias?
-¡No de chupamedias!- se
escandalizó Atenea.- Creía que después de un tiempo sin verte, habrías cambiado
tu forma de ser, que podía valer la pena empezar de nuevo como amigas, ¡pero
no! Empezaste a tratarme de estúpida, de tarada, y aunque digas que era un chiste,
con lo que me dijiste hoy puedo ver que lo decías en serio.
-¿Quién empezó con las cosas
hechas sin consultar? A mí se me había ocurrido un lugar especial para hacer la
fiesta, pero vos saltaste con esto y no me dejaste decir mi idea.
-¿Dónde iba a ser? Ah, no me
digas nada. ¡En Egipto, alrededor de la Esfinge , que ibas a hacer arreglar especialmente!
- No. Debajo de la tierra o en el
fondo del océano, así no venían los hombres a molestar.
- Ah.- Atenea abrió la boca
totalmente sorprendida. Era lo último que imaginaba que Isis haría. No era mala
ubicación. Es más, le parecía la mejor de las ideas.- ¿Por qué no lo dijiste
antes?
-¡Ay, ya estás haciéndote de
nuevo la democrática! ¡Ni me dejaste hablar!- se quejó Isis, y se fue antes de
que Atenea pudiera replicar algo.
El grupo de los Indeseables se
reunió dificultosamente después de su paseo por el bosque, e informó a los
gritos de todas las cosas mal que había encontrado, pero en realidad, todo era
mentira. Todo lo contrario; por dentro muchos pensaban que jamás habían visto
árboles tan grandes o unas cascadas más impresionantes. Quien no emitió opinión
alguna fue Aniyo, aún dolida por el supuesto engaño de Apolo.
La nierena había tenido bastante
aceptación. Los dedos de luz (hadas parecidas a niñas de cuatro o cinco años)
se entretenían haciendo pelotas de ese material y las arrojaban al aire para
que pegaran donde pegaran. Además le habían escondido el bolso a Circe, quien
no supo lo de Escila hasta que la vio curada de su perruna brujería. Primero no
la conoció (estaba desnuda haciéndose pasar por ninfa) hasta que le vio la cara
y recordó cómo había sido la historia. En el pasado ella estaba enamorada de un
pastor llamado Glauco, pero Escila también lo estaba, así que para eliminar
competencia le había embrujado el agua donde se bañaba y le había hecho nacer
los perros en la ingle. Advirtió que no era una ninfa parecida porque le robó
la ropa a una diosa que se estaba bañando con las sirenas.
-¡Escila!- gritó.- ¿Qué te pasó?
¡Voy a matarte así no te zafas más de mi magia!- Escila la escuchó pero se hizo
la sorda. Circe salió corriendo para golpearla con una hiedra venenosa que
había sacado de su bolso (que había encontrado), pero Gisella, la primera
periodista que habían dejado entrar, sabía de esta historia, y le caía pésimo
lo que había hecho Circe. Para vengar a Escila, cruzó distraídamente la pierna
en mitad del paso y la hizo caer con violencia, y después se hizo la
preocupada. Con un brazo la ayudó a levantarse, y con el otro le indicó a
Escila que se escondiera. La otra le sonrió y le hizo caso.
-¡Por qué no se fija donde pone
las patas, perra inmunda!- le sacudió Circe, furiosa, y se dispuso a
hechizarla, pero el camarógrafo la enfocó y Gisella empezó a hablar con tono
sensacionalista “nos agraden, acá Sergio esta tomando en vivo que una señora
mal vestida nos amenaza con hechizarnos, esto le hace mal a la imagen de los
dioses, hay que hacer algo con esta gente…” La maga sintió pánico al sentirse
observada por quien sabía cuantos miles o millones de personas y huyó a la
carrera, olvidándose el bolso. La periodista se rió, y el camarógrafo también,
mientras comentaba “esta gente mítica se cree cada cosa”.
- Bien hecho- la felicitó un
fauno llamado Oiram.- Siempre nos tenía volando con los poderes.
- No estábamos transmitiendo.
- No importa, ella creía que sí.
Perdón si te parece muy apresurado para la primera vez que nos vemos, ¿pero
podrías darme tu número de celular?
-¿Mi número de celular?- se rió
Gisella, insegura.- ¿Tenés celular? Yo pensé que no usaban.
- Hoy me lo vendió un dios y me
enseñó a usarlo. ¿Cuál es tu número?- le preguntó con su voz inocente y
lujuriosa. Un golpe le cortó el romance. Los dedos de luz le habían embocado un
pelotazo de nierena.
Loki se dedicó a pasear por la
orilla del lago, y se sorprendió al ver que el témpano de Freya se había
derretido. No fui yo, pensó. Las sirenas (sobre todo a las que la diosa había
cegado) entonaban cánticos burlones y degradantes sobre su moral que
relacionaban su temperatura corporal con el derretimiento de su “casa”. Era
raro que no se había aparecido para protestar o reprender a alguien, cosa que a
las sirenas les había despertado la creatividad. Lógico, pensó el rubio dios.
Cuando el gato no está, los ratones se aprovechan… sexualmente de la gata.
- Así que ese es un dios- dijo la
voz que estaba obsesionándolo. Miró, y lejos de la orilla estaba la mujer sobre
el agua, esperándolo. Loki no quiso ser menos y caminó sobre el agua hasta
situarse a pocos metros de ella, que lo esperaba con esa característica de
serpiente que lo intrigaba.
- Soy Rocío de luna- se presentó
ella.- Me han dicho que usted es un dios peligroso.- Se hundió en el agua y
apareció junto a él.- Me gustan las cosas peligrosas porque me gusta demostrar
que soy peor que ellas.- Esto último excitó a Loki, que le dijo:
- Soy mucho más inteligente de lo
que parezco. Nadie puede saber más que yo sobre trampas y triquiñuelas, porque
yo soy el famoso Gran Simulador- exigió.
-¿En serio?- dijo la mujer.- Me
cuesta creer eso.
- Arruino ciudades enteras, pero
la gente me sigue creyendo que soy la respuesta a todos sus problemas.
- Pero en realidad usted es todos
sus problemas- dijo la mujer, con una extraña sonrisa.
-¡Exacto!- dijo Loki, radiante.
- Pero yo soy el mayor problema
de todos.
-¿En serio?
- Y usted lo ha causado.- Rocío
se acercó y besó a Loki.- Usted se lo ha causado. Más tarde siga el curso del
río hasta dentro del bosque. Estaré esperándolo- anunció, y se hundió
rápidamente, dejándole en la boca un dulce sabor a veneno.
Después del concurso de ambrosía,
Hades había dado la idea de organizar un banquete con los productos
participantes, y los habían desparramado en cientos de mesas. Circe estaba
furiosa por la cura de Escila y planeó vengarse. Pasó rápidamente por todas las
mesas e infestó todos los envases con cierta mezcla. Después, igualó el tiempo
de los dioses con el de los hombres.
Los cinco ladrones le estaban
tomando el gusto al trabajo de mozos, porque tenían que llevarle los encargues
a diosas desnudas en situaciones lujuriosas. Lo único en contra era que ellas
los miraban con asco por no ser dioses, pero no les importaba, porque si bien
sería mejor estar desnudos con ellas, peor era nada, y aunque se notaba que
estaban excitados, eso a nadie le importaba, porque muchos de los dioses
hombres estaban igual, aún en medio de una conversación común.
- Estos hombres son muy
estúpidos. ¡Miren que van a venir a asaltarnos,
a nosotros! Ni que fuésemos tan desprovistos como ellos.
- Tenes que entenderlos. Creen
que estamos tan venidos abajo que nos pueden asaltar como a cualquiera de sus
vecinos.
-¿Falta mucho para el concurso de
tiro al blanco? Esta fiesta está más aburrida que no sé que.
-¿Te parece? Al menos ha sido más
original que las otras. ¿qué habrá pasado, que no quisieron decir nada?
-¡Ah, eso! Me intrigaron bastante
las voces y las cosas que se decían. Al final yo tenía razón con que a esos del
escenario no los conocía nadie… ¡y vos decías que los habías visto en otro
lado!
-¡Ay, con tanta gente que
conocemos podría ser perfectamente posible! Muchos dioses se parecen.
- Perdón, pero yo nunca vi a
ningún dios con agallas en los ojos y vestido con ese coral que solo se
encontraba en los alrededores de la Atlántida.
-¿Coral de la Atlántida ? ¿Y vos como
sabes tanto de cómo estaban vestidos si los viste pocas veces?
- Con esos disfraces tan berretas
que tenían, hubiera tenido que ser tonto para no poder ver que tenían abajo.
Finalmente llegó el momento que
muchos esperaban, entre ellos Loki y Artemis, el primero por malas razones, y
la segunda porque le apasionaba el tiro con arco, aunque lamentaba que no fuera
con animales vivos. Le explicaron que estaban los periodistas y que si
transmitían una cacería deportiva se les podía venir encima la sociedad
protectora de animales. Artemis quiso insistir pero las organizadoras fueron
inflexibles. “¿Qué?”, protestó. “¿Hay que hacerse los pulcros porque hay gente
humana?”. “¡Sí!”, le dijeron Isis y Atenea por separado, porque ahora no se
podían ni ver.
No vale la pena contar la
decoración de la sala de tiro, ni la forma o variedad de estatuas para
destrozar a flechazos, porque todo terminó apenas empezó. La primera en tirar
fue Fen-Kali-ben, la divinidad que Helios había llevado en el carro solar. Loki
esperaba ese momento con malvada satisfacción, bien escondido, eso sí. La diosa
tomó el arco, le apuntó a una estatua parecida a la de una antigua ninfa y
soltó la flecha. El mármol estalló, y con él pedazos de carne y chorros de
sangre. Todos vieron como Patricia Equiroz (o Eco) caía exánime con el corazón
reventado por la pequeña flecha de acero, y muchos se espantaron. Hasta los
Indeseables se habían quedado boquiabiertos. Por algún lado se escuchó la
malvada risa de Loki.
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